EDITORIAL

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Más allá del hecho puntual, el que fue repugnantemente utilizado políticamente por varios sectores, y sin adentrarnos en un tema por demás profundo y todavía inexpugnable como lo es el suicidio, quizás tan desgraciada situación pueda hacernos reflexionar como sociedad acerca de lo qué hacemos con nuestros mayores.

A diferencia de lo que ocurre en las culturas orientales, donde los ancianos son venerados y considerados fuente de sabiduría y de consulta permanente, en nuestras culturas occidentales tendemos a considerarlos material de descarte, arrumbándolos en los rincones, sea esta expresión metafórica o literal.

Por un lado, los gobiernos –y ninguno escapa a esta metodología- parecen considerar que los mayores, cuando llegan a esa edad de la vida en que todo debiera ser disfrute, tranquilidad y comodidad, han de sobrevivir con jubilaciones tan cortas como el breve tiempo que el exiguo dinero que reciben, prácticamente una limosna, les llega a durar. Más aún en esa etapa en que justamente la necesidad de una alimentación adecuada, la medicación recomendada y las condiciones de habitación debieran ser cubiertas sin sobresaltos. Y mucho más aún, cuando todo cuesta tanto que una visita a la farmacia, la carnicería, la verdulería o el almacén muestra claramente que ese dinero se evapora de las manos.

Por otro lado, la actitud que mostramos ante nuestros viejos. Como si ya nada pudieran ofrecer, cuando en realidad pueden por su experiencia de vida darnos más de una respuesta. “Exiliándolos como fantasmas con memoria”, como dice la canción. No hay que dar demasiados ejemplos: basta abrevar en el lenguaje cotidiano, cuando la palabra “viejo” se utiliza en más de una oportunidad peyorativamente, como un descalificativo. Cuando en realidad debiera ser un grado, un honor, una alta valoración.

Tal vez, lo trágicamente ocurrido en la sede de ANNSES de la Ciudad de Mar del Plata, con toda su carga de dolor, pueda al menos ser un despertar de una nueva concepción tanto de quienes nos gobiernan como de todos quienes integramos una comunidad, para una nueva concepción hacia nuestros adultos mayores. Basada en el respeto, la consideración, la contención y la justicia.

O como dice la misma canción, por si no fuera suficiente las mil y una muestras del destrato que nuestros abuelos reciben, “si simplemente todos, recordáramos que todos, llevamos un viejo encima…”