EDITORIAL

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¿Los Gobiernos, sean de la Jurisdicción que fuesen, GASTAN o INVIERTEN al momento de auspiciar eventos culturales?

Nuestra opinión es concreta e irrenunciable: la Cultura nunca es un gasto, siempre es una inversión.

Es cierto que algunas cuestiones han de ser atendidas con urgencia para de ese modo poder atender la calidad de vida de los vecinos. Situaciones que no admiten dilación. Calles que se anegan. Baches. Luminarias. Cloacas. Agua potable. Cuestiones relacionadas con la seguridad. Problemáticas relacionadas con la salud. Nadie puede negar que en tiempos de cortos presupuestos, los fondos disponibles deben apuntar sin dubitación a resolver situaciones como las enumeradas a modo intento ejemplificativo.

Pero el peor error que se puede cometer es considerar que esas urgencias deben relegar en el orden de prioridades a cuestiones que también construyen una buena calidad de vida de la gente. Un acto cultural, entendido éste como inclusivo, abierto a todos, sin que el obstáculo económico signifique un obstáculo porque para poder acceder a él o bien el ingreso es gratuito o bien es justamente accesible, tiene que ver con la dignificación misma de una comunidad determinada.

La cultura como tal, es inclusiva, o no es cultura. No se trata de una señora paqueta viendo una exposición de pinturas en un lujoso salón luego de haber pagado un alto costo para poder entrar. La cultura es el evento construido –luego de ser soñado, pergeñado y concretado- por artistas que encuentran en esa expresión que despliegan– sea la música, el teatro, las artes plásticas, la danza, la literatura, la fotografía, y todas aquellas que el transcurrir de las épocas agrega permanentemente-  y que se ofrecen a los demás por el sólo hecho de ese sublime acto de ofrendar y ofrendarse.

Es la que permite que todos tengan acceso a ella. Tanto los que la generan como los que la reciben. Teniendo como elemento indispensable en esa prodigiosa comunicación que si no hubiese alguien que escucha una canción, por dar un ejemplo asimilable a otras disciplinas, ningún sentido tendría que el músico la cantara.

Por eso, los poderes políticos han de considerar al hecho cultural como prioritario. Que quienes estén a cargo de esa área puedan contar con un presupuesto propio. Y que puedan aguzar el ingenio –quizás un modo podría ser a través de sponsors privados-  y propender a la cultura, apoyando a los artistas, que en su inmensa mayoría poseen la bonhomía de generar sin pedir demasiado a cambio, muchas veces hasta desvalorizando esa labor que en su empeño y su talento. Sin “que una cosa quite la otra”: que se provea de la obra que mejora la vida cotidiana, sin que esto impida que en una plaza o en un teatro alguien se comunique con otros por medio de su obra.

Como dice la canción, “la cultura es la sonrisa para todas las edades,  puede estar en una madre, en un amigo o en la flor, o quizás se refugie en las manos duras de un trabajador”.

Que así sea entendido, tiene que ver con el futuro de los pueblos.