EL ARROYO FATAL

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Hasta no hace mucho tiempo, todavía en el país subsistían los antiguos empleos, como el de trasladar el ganado vacuno arreándolo desde las estancias o chacras hasta los mataderos, los frigoríficos o las ferias. Tareas que requerían la destreza de los troperos o arrieros, a quienes se les suele confundir con los reseros o compradores de reses.

Los antiguos troperos fueron conductores de una tropa de carretas o de carros. También al conductor de una recua de mulas o llamas cargueras y ganado vacuno se lo denomina en Argentina con el término de “arriero”. Estas denominaciones están comprendidas en la voz genérica de “capataz”.

Este oficio requería para estas faenas ser un buen baqueano, es decir, poseer una serie de conocimientos sobre el terreno, la elección de los sitios para el acampe según el horario, interpretar las variaciones de temperaturas. Saberes empíricos, legados a nuestros paisanos contemporáneos por aquellos legendarios gauchos que, finalmente acorralados por el alambrado y el Estado Nacional que les negó el acceso a la tierra, les quedó confinarse en el “desierto” terminando como peones conchabados en las estancias, o dedicados a otras tareas afines al hombre de a caballo.

Sin embargo, hasta hace pocos años y a pesar de la aparición del camión, como resistiendo a los nuevos tiempos, se los solía ver recorriendo los polvorientos caminos rurales en trayectos menores al grito de “¡hopa, hopa…!”, y el característico chiflido, costeando las poblaciones de la pampa gringa.

Como otros tantos arrieros de Casilda, don Cipriano Galván y su hijo Ricardo trabajaba en la feria ganadera y como cuentapropista, efectuando eventuales arreos.

Luego de unos días lluviosos, Ricardo Galván, secundado por un peón de apellido Torres, salió una mañana desde el campo Farichelli, llevando una tropa rumbo al Frigorífico “Swift” de la Ciudad de Rosario.

El trayecto principal lo realizaron por el antiguo Camino Real, costeando la margen izquierda del Arroyo Saladillo, cruzando íntegramente la jurisdicción del Distrito “Bajo Hondo”, llegando finalmente al barrio Saladillo en la zona sur de Rosario. Lugar por donde tenían forzosamente que cruzar la hacienda, a pesar que el cauce allí es profundo por estar próximo a la desembocadura, agravado por las copiosas lluvias que habían aumentado el caudal.

Finalmente, después de algunas consideraciones, decidieron efectuar el cruce, tarea que dificultosamente se pudo concretar. Pero desgraciadamente a un alto costo, pues en el intento Ricardo fue arrastrado por la fuerte correntada mientras su caballo logró ganar la otra orilla.

Pasaban las horas de angustiosa búsqueda de su compañero con la ayuda de vecinos y agentes de la Prefectura, sin ningún resultado positivo. Agotados los recursos y las esperanzas de localizar el cuerpo, los vecinos trajeron un pan casero bendecido y lo lanzaron al lugar del infausto hecho, siguiendo atentamente su desplazamiento aguas abajo. Hasta que el pan se detuvo en un remanso, en cuya profundidad se encontró el cuerpo del infortunado arriero.

En ese sitio, producto de la erosión, se ha formado la famosa cascada del Saladillo, como un mojón del trágico hecho.