EL ARTE DE LA AYUDA, por GISELA MONTANARI

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SÓLO SE TRATA DE SENTIR

EL ARTE DE LA AYUDA

¿Por qué ayudamos? ¿A quién estamos ayudando cuando ayudamos? ¿Desde qué lugar deseamos ayudar? ¿Pedimos ayuda? ¿Cómo pedimos? ¿Cuándo nos dejamos ayudar, por quién lo hacemos? Estos y tantos otros interrogantes respecto a la ayuda, cuando los escuchamos y admitimos realmente, nos revelan el sentido para hacernos conscientes del origen de nuestras propias acciones. Y es entonces, cuando muchas veces vemos de frente… sentado en el otro extremo de la mesa…. a nuestro querido ego.

Lo cierto es que somos mamíferos y sin lugar a dudas necesitamos de otros para nuestro desarrollo en la vida desde que nacemos, y de la misma manera, precisamos sentir que somos capaces de ayudar al entorno que nos rodea.

A todos nos moviliza ayudar, de una manera o de otra. Cuando podemos tender una mano a alguien, cuando acudimos con nuestra asistencia, nos sentimos bien. En cambio, si nadie nos necesita, aparece el vacío, nos encontramos desiertos y entumecidos en soledad. Socialmente la ayuda nos relaciona y nos vincula. Incluso hay estudios que comprueban los cambios en nuestro sistema nervioso cuando somos generosos. Existe una zona en el cerebro que se activa de la misma manera que cuando nos compramos algo nuevo o saboreamos nuestra comida favorita. ¿lo pueden registrar en sus sensaciones? ¿recuerdan alguna experiencia comparable con lo que les estoy contando? Probablemente lo estén vivenciando ahora mismo.

Pero la verdadera ayuda, la ayuda fértil y real, tiene una connotación diferente que no solo se refleja en los resultados, sino también, en cómo nos percibimos en el arte de dar o de tomar.

Vamos al ejemplo con un ejercicio. Todos tenemos cerca a alguien con algún destino difícil, o al menos con alguna situación que lo lleva a pasarla muy mal.

Les propongo que se visualicen frente a esa persona y que la observen con todos los sentidos. Luego, se tomen el tiempo suficiente de rastrear cada elemento que emerge de la experiencia entregándose al maravilloso lenguaje del cerebro reptiliano, que se expresa a través de los latidos del corazón, la respiración, el comportamiento instintivo, el tono muscular, el equilibrio, la digestión, entre otros. Aprovechen la oportunidad de experimentar la conciencia corporal, porque la mente nos puede hacer trampa a través de la razón… pero el cuerpo nunca se equivoca.  Y ahora los invito a que miren desde el lugar de la persona que estaban visualizando y se dejen llevar otra vez por los sentidos sin ninguna intención, dejando que simplemente se muestren. Sí…entendieron bien…en los zapatos del otro… ¿Cómo se sienten allí? ¿qué transcurre en ustedes desde ese lugar? ¿cómo perciben al otro? Y entonces…ahora que ampliamos nuestra consciencia haciendo lugar a lo que es… les pregunto: ¿Eso que quieren dar, es lo que realmente esa persona necesita tomar? ¿Pretenden dar más de lo que tienen? ¿Cuándo piden, exigen más de lo que el otro tiene para dar?

Existen muchos ayudadores que se sienten abrumados ante lo que les genera la adversidad de alguien y desean eliminarlas acabando con todo aquello que consideran no apropiado para él o para ella. Y la pregunta es… ¿Esa ayuda puede crecer? ¿Es próspera? Cuando se pretende ayudar porque se hace difícil soportar el sufrimiento del otro, la asistencia se desvanece y el ayudador se debilita de la misma manera que el que espera ser ayudado. Si nos proponemos modificar su destino transgrediendo los límites marcados por las circunstancias, el dar desaparece… y lo que es peor…perdemos de vista el deseo genuino de aquel o aquella a quien estamos dispuestos a ayudar. Y ese atajo peligroso convierte el dar en tomar…porque tomamos la posibilidad de “sentirnos mejores” …sin serlo…

Entonces…si queremos ayudar…por nuestro bien y el de los demás, tenemos que darnos la posibilidad de verificar si lo estamos haciendo desde el adulto que respeta la dignidad de quien está allí con toda su necesidad. Desde el hombre o la mujer que puede mirar a otro ser como un igual, recordando que cada uno pertenece a un sistema familiar y social, que puede coincidir con los propios valores o no. La ayuda adulta genera un círculo virtuoso de compensación entre pares y justamente es eso lo que genera la posibilidad de que se amplíe. Si estamos dispuestos a ayudar…debemos abrir el corazón.

Cuando estamos atentos a las sensaciones podemos darnos cuenta si la ayuda estimula o inhabilita.  Si lo hacemos para satisfacer nuestra necesidad o bien nos tomamos en serio la tarea y reconocemos que estamos de paso, que damos algo y seguimos nuestro camino, contemplando al otro en su propia libertad. Así la ayuda es humilde…es nutritiva…y los beneficios pueden ser multiplicados.

Cuando renunciamos a ser salvadores, también dejamos de ser ese niño o niña que aún quiere rescatar a sus padres del destino que les ha tocado, y comprendemos al fin, que todo está al servicio de la vida y a la vez guiado por algo más grande, mucho más grande…al servicio del amor.

Y recuerden…quien está dispuesto a ayudar…no necesita juzgar…

 

Por GISELA MONTANARI –  Licenciada en Terapia Ocupacional / Facilitadora en Constelaciones Familiares – Avalada por (C.L.C.F.) / Nivel Intermedio Somátic Experincig Trauma Institute (SETI)