«HISTORIAS QUE NO NOS SABÍAN», por GINA PENELLI

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EL TRABAJO NO SE TOCA

Cuando nosotros éramos adolescentes – hablo de una década atrás – no éramos como los pibes de ahora. Éramos más inocentes, más buenudos, nos ocupábamos de otrascosas. No hablábamos de política porque no entendíamos. Nos reíamos en clase porque decíamos estupideces o porque alguien había hecho un dibujo de alguna profesora. Jamás se nos hubiese ocurrido insultar o faltarle el respeto directamente a alguna pero sí, nos hacíamos los vivos. Nuestras maldades más grandes eran trabar la puerta del salón para que nadie entre o planear un «viernes sandwich». El viernes sandwich consistía en una rateada grupal programada. Nos encontrábamos todos en el kiosco enfrente de la escuela y marchábamos en patota hasta el club que quedaba a unas cuadras y, cuando la organización era tomada en serio, hacíamos una hamburgueseada. El sabor a rebeldía de esas hamburguesas era de lo más placentero que conocíamos. Éramos devotos de esa mezcla de rebeldía y libertad.

Una mañana, durante un exámen de inglés, los que lo terminamos rápido empezamos a hincharle a la profesora para que nos deje salir del salón. Primero dijo que no pero después de un rato, como éramos realmente insoportables, accedió.

Dos compañeros, algo extasiados todavía por esa aventura que era huir de las obligaciones, decidieron salir de la escuela para ir a comprar bizcochitos a una panadería que quedaba cerca.
Se escaparon.

No recuerdo si fue la directora o la vice quien los vio y bajó de un ondazo todo ese juego de rebelión.

Claramente, la que pagó los platos rotos fue la profesora que nos tenía a cargo. Me acuerdo cómo todos mirábamos desde el salón la puerta de Dirección donde habían llevado a nuestra profe a lo que creíamos era el reto más grande de la historia. No sé si lo inventaron pero alguien dijo que había salido llorando y se había ido a su casa.

No les puedo describir nuestras caras y nuestros cruces de miradas cuando vinieron a decirnos que íbamos a tener inglés con otra persona porque esa profe no iba a estar más.

Habíamos cruzado el límite en serio.

Charlábamos entre nosotros en clase y en los recreos. Se armaban rondas de debate, no lo podíamos creer. <<Seguro la echaron>> <<Se fue por nuestra culpa, boludo.>> Y ahí estuvo la clave; la culpa.

La culpa, un par de días después, nos llevó a hacer algo que no voy a olvidar nunca.
Averiguamos dónde vivía, compramos un par de aerosoles y, siguiendo las prácticas de cumple de 15, le escribimos la calle enfrente de su casa.

«Perdonános, volvé.» Y creo que firmamos como 4to humanidades.

A los pocos días nos mandó un mail diciendo que había visto el mensaje y explicando que se había ido por otros motivos y que estaba todo bien pero que ya no iba a volver. No volvió y a todos nos quedó el mismo sabor amargo que sentimos cuando, mientras pintábamos el asfalto, comimos esas mandarinas del árbol de su cuadra.

Pienso en eso justo hoy porque nosotros que no hablábamos de política porque no entendíamos, que sólo nos ocupábamos de hacer cartelitos con frases de canciones y de pensar en fútbol, salidas, música, vino barato y en el amor – que en ese momento no conocíamos – sabíamos que no se juega, no se jode y no se especula con el laburo de los demás. Entendíamos que el trabajo no se toca.

Y lo entendíamos nosotros, que no entendíamos nada.

 

Por GINA PENELLI