Una palabra o un gesto, incluso hoy en día tan solo un twitt. Casi como un “efecto mariposa” (el aleteo de una mariposa en Brasil provoca un tifón en Texas, Edward Norton Lorenz) un simple comentario de de un líder mundial puede tener consecuencias insospechadas en otros países. Donald Trump declaró que reconoce (él, lo que implica EEUU) que la capital del Estado de Israel es Jerusalén, y que ha dado órdenes de iniciar el proceso de traslado de la Embajada (puede llevar años organizar ese nuevo emplazamiento). La respuesta no se hizo esperar y parte del mundo árabe y musulmán ya se ha pronunciado en contra de la decisión generando tensión y desequilibrio en una de las zonas más calientes del planeta, incluso en Palestina la organización Hamás ha pedido al pueblo una nueva Intifada, es decir, el levantamiento en rebelión de los palestinos contra Israel. No está claro que esto suceda efectivamente, pero el llamamiento realizado es ya en sí mismo un hecho político grave. A espaldas de toda una construcción delicada del orden internacional en Medio Oriente, Trump irrumpió como un elefante en un bazar.
También debemos sumar a ésta historia que en los meses anteriores el Presidente Norteamericano inició una suerte de comedia dialéctica con el Autócrata de Corea del Norte en la cual ambos van subiendo el nivel de amenazas verbales y gestuales sobre un enfrentamiento armado, incluyendo las pruebas misilísticas de los Coreanos y los ejercicios navales y aeronáuticos de los estadounidenses, friccionado peligrosamente el límite entre los gestos y las provocaciones, que sabemos cuándo empezaron pero no dónde terminan.
Algunos atribuyen a estos gestos de Trump la evidencia de un desequilibrio mental del magnate devenido presidente, o a su soberbia o fanfarronería. Entiendo que no es así. Detrás de cada acto de Trump se mueven los hilos de riesgos calculados en pos de objetivos internacionales y locales.
La cuestión Jerusalén puso al mundo Árabe en la situación de tomar posiciones, y con tan solo un gesto Trump logró ampliar una grieta entre Irán, que se opone a la declaración de Jerusalén como capital de Israe,) y Arabia Saudita, que tomó una postura condescendiente al ser tradicional aliado de EEUU; a su vez Arabia Saudita está fuertemente enfrentada a Irán, de hecho, ambos están beligerando a través de sus apoyos en la guerra civil de Yemen, recordando a los años de la guerra fría en los que EEUU y URSS lo hacía veladamente en Corea o Vietnam.
Recordemos ahora que Irán, Corea del Norte e Irak fueron declarados por EEUU en 2002 como el “Eje del Mal”, y un segundo eje puso en esa situación a Libia, Siria y Cuba. Tres de esos países fueron destrozados militarmente (Libia, Siria e Irak) y sobre los otros tres (Corea del Norte, Irán y Cuba), se mantienen las sanciones y municiones diplomáticas. Los influyentes complejos de producción bélica, agradecidos.
¿Son inocuos estos juegos diplomáticos? Ya vemos que hay tres países que pueden afirmar lo contrario. La pregunta es si estos juegos pueden repetirse con Irán y los Norcoreanos sin perjuicio tanto para estos países como para todo el mundo.
En el final de Guerra Fría la película “Juegos de Guerra” (“War Games”, 1983, dir. John Badham) propone, con una anticipación extraordinaria, que el sistema misilísitico defensivo de EEUU está bajo el control de WORP, una IA (inteligencia artificial) a quien denominan “Joshua” (que era el nombre del hijo fallecido del creador de la IA, las referencias religiosas son obvias). Lo cierto es que Joshua toma un hackeo accidental del sistema como el inicio de un juego de estrategia bélica, y en un determinado momento lo considera real y se apresta a lanzar un ataque nuclear fulminante contra la URSS. Como toda IA, la clave está en que sus algoritmos les permite aprender por sí mismas y el protagonista, el adolescente hacker que inició el “juego de guerra” le pide a Joshua que aprenda a jugar “tres en línea o, para nosotros, ta-te-ti; la IA lo hace y concluye que es un juego donde no hay ganadores, luego revisa todas las posibilidades del juego de guerra que se disponía a lanzar y en todos sus análisis concluye lo mismo: toda opción de guerra que puede prever termina sin ganadores puesto que todo el mundo es destruido, y detiene el ataque. Joshua comunica a los humanos del bunker militar que la guerra es un juego extraño en el que “la mejor jugada para ganar, es no jugar”.
Y ahí están los líderes mundiales, jugando sus Juegos de Guerra para lograr poder, dinero, o prestigio, poniendo en el tablero a países y pueblos como si fueran piezas sacrificables cuyo dolor y sufrimiento son solo datos, meras frías estadísticas. Deberían saber ya, que hay otros muchos juegos que ganar como el hambre, la pobreza, la ecología, el desarrollo, en los que hay un marcador que remontar. Pero insisten en los Juegos de Guerra en los que todos, menos ellos, saben que la mejor jugada es no jugar.
Por EMILIO ARDIANI.