Si algo estaba claro era que en la agenda de Donald Trump no había mucho lugar para Latinoamérica, lo cual producía serias incógnitas, lógicas si tenemos en cuenta que mantenemos con EEUU relaciones internacionales asimétricas. Un año después de asumir el cargo su administración se visibiliza a través de la visita de su Secretario de Estado (canciller) Rex Tillerson.
La figura de Tillerson es sumamente simbólica pues se trata del CEO de Exxon, una de las empresas más grandes de EEUU, que como es de público conocimiento es una petrolera gigante (cuyo origen es la mítica Standard Oil de Rockefeller). El término CEO también remite al puesto de mayor responsabilidad en la dirección de las grandes empresas del mercado globalizado. Por supuesto es abanderado del libre comercio y del negacionismo del cambio climático. Tremendo negociador, a éste ingeniero civil se le encargó la expansión de las operaciones de Exxon en Rusia y Kurdistán. Mientras sus tres antecesores en el puesto eran graduados en ciencias políticas (Condoleezza Rice, Hillary Clinton y John Kerry) Rex Tillerson es claramente la flor y nata del mundo empresarial norteamericano, a la medida de Donald Trump.
El nuevo ocupante del Salón Oval y Latinoamérica empezaron su relación con desacuerdos importantes, empezando por la declamada construcción de un muro fronterizo que haría pagar a los mexicanos, o la expulsión de inmigrantes con especial atención a la aniquilación del “Plan Soñadores”. A su vez la decisión de abandonar el TPP (Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica) también afectó a Chile, Perú y México, integrantes del mismo.
El Secretario de Estado visitará México, Argentina, Perú, Colombia y Jamaica. Sin dudas que parte de su agenda será el comercio bilateral, asunto difícil teniendo en cuenta que Trump mantiene una política de protección importante, marcada por el lema “EEUU primero”. En éste contexto Tillerson realiza una advertencia de cuidado sobre la influencia de “potencias lejanas”. El eufemismo tiene por principal blanco la cada vez mayor participación de China en las economías de nuestro subcontinente. La gira, de alguna manera, es la primera señal de límite que lanza la administración Trump respecto de Sudamérica. Ésta “baliza” también alcanzaría a Rusia, de ambigua relación con la actual Casablanca, que se debate en ya llamado “Rusia-gate”.
Los avances económicos de China y Rusia en nuestra región también producen una preocupación en materia de seguridad, es que los lazos que produce el comercio tienden a crecer y desplazarse a otras cooperaciones, y especialmente ocupan los espacios que se dejan vacíos.
La cuestión venezolana también es un enigma que parece difícil de resolver y en la que muchos esperan una actitud de la potencia al respecto, que amenaza en ser más contundente, más aun cuando éste gobierno retrocedió gran parte del avance de “deshielo” que Obama había concretado con Cuba. Tillerson parece destinar parte de gira a obtener apoyos para tomar decisiones sobre Maduro. El resultado puede llegar a traducirse en decisiones a corto plazo sobre tan álgida cuestión.
La agenda se completará con narcotráfico, terrorismo y corrupción, y preparar el terreno para la Cumbre de las Américas a realizarse el próximo abril en Lima, Perú, y a la que Trump parecería concurrir, otra señal del interés en marcar territorio a las “potencias lejanas”.
En definitiva, con el eje central de contrapesar a China y cercar a Venezuela, Trump envía a su canciller, quizás con la convicción de que para que la casa esté segura no se debe descuidar ninguna puerta, ni siquiera la que consideran la del patio de atrás.
Por EMILIO ARDIANI.