LA ÚLTIMA CAJA

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Te ponés a ordenar la última caja de una mudanza que ya es lejana. Quedó ahí, en un rincón de la baulera, testimonio de aquello que con el cambio (de lugar, de época, de modos, de vida) dejó  de ser importante.

Es una caja marrón de cartón corrugado, algo mohosa y desteñida, que tiene un rótulo escrito por mi caligrafía apurada: COSAS VIEJAS. ¿Hay algo más elocuente, más lapidario y explícito? Un enredo de objetos en desuso, decrépitos, inservibles en el entonces nuevo esquema familiar.

Imagino que en el momento de la vorágine del cambio de casa, intuí que nada servía pero no podía ser descartado. Y eso que me reconozco práctica en ese aspecto. En mi casa natal toooooooooodo se conservaba. A mí me gusta tirar, o mejor, regalar. Sin embargo, esa pequeña y olvidada caja que supo contener masitas dulces (no es coincidencia, me digo, es karma), se mantuvo incólume, en un rinconcito de ese cuarto menos ordenado de lo que debiera.

Me siento en el suelo, en canastita, en el  living, Meghan olisquea, Fergus mira indiferente desde lejos. Instintivamente sonrío, no es alegría, ni felicidad, ni bienestar. Es una especie de melancolía. No sé, pero sé qué puedo encontrar.

Abro las cuatro tapas y me invade un aroma imposible de describir, no es ni lindo ni feo. Humedad, madera, papel, ramitas de lavanda, tomillo y romero. Una cajita de cuero donde el viejo guardaba sus cigarrillos, con espacio para las cerillas. Un estuche de cedro con tapa corrediza, multiuso mientras fue usado. Bolsitas tejidas al crochet con flores de lavanda para perfumar cajones. Jaboncitos Fulton para el mismo fin, que han perdido sus cualidades y se descaman al tocarlos. Pequeños portarretratos rotos, con sus viejas fotos tan pegadas al vidrio que es imposible sacarlas sin dañarlas. Latitas de caramelos redondas donde hay botones de infinitos colores. Un muñequito norteño que … ¡ fumaba !. Postales venidas de destinos diversos.

Miro cada objeto, lo tomo en mis manos. Pienso, mientras lo hago, que así como la memoria en un ejercicio de defensa propia selecciona los recuerdos, también los perfuma.

Por eso, en esta tardecita de sol y mientras me lleno los dedos y los ojos del polvo del tiempo, concluyo que mi amor por estos amados y destartalados retazos de vida familiar, huele dulce.

Sigo. Hay cartas de una baraja española, un libro sin cubiertas, carpetitas al uncinetto de manos adoradas, flores secas que se desarman inexorablemente, las cáscaras de castañas asadas en ese lugar, esa noche.

Concluyo, mientras cierro la caja para devolverla a su lugar, que cuando el tiempo pasa, ciertos objetos pierden la categoría de cosas para transformarse en momentos. Que existirán aún cuando el tiempo los haya deshecho.