Alfonsín, Presidente argentino, aseguró en su campaña, que uno de los proyectos más importante que llevaría a cabo, consistiría en el traslado de la Capital de la República a la ciudad de Viedma. No siendo yo radical, hice mía su propuesta y lejos de haberlo tratado siquiera, ocasionalmente, tuve la impresión de conocerlo desde siempre.
¡Qué pasó? Un proyecto cuya raigambre formaba parte de la estructura federal, caía en desuso sin ton ni son. Nadie habló de ello, ni el mismo presidente. Cuando nada ocurre y todo termina siendo una falsa alarma, el corazón de muchos argentinos le recarga al cerebro la responsabilidad de formalizar una excusa con la que alivie su pena.
¿Por qué pienso y digo lo que digo?
De haber concretado Alfonsín aquella idea, hoy, no tendríamos los problemas que a diario se nos muestran por los medios: toma de rehenes , corte de calles, manifestaciones de todo tipo, necesarias y mal intencionadas, inseguridad, etc. Da la impresión que el estado en que se desenvuelven ciertas actividades, utilizadas por verdaderos “pesos pesados” me hacen comprender la imposibilidad que se haga cierta la idea del soñado traslado.
Si el Congreso de la Nación funcionara en Viedma y los medios se viesen obligados a expandir sus noticias desde aquellos lugares, muchos lamentarían la pérdida y la comodidad con que informan y el enjambre de noticias que les prodiga una ciudad inestable permanentemente en vilo como Buenos Aires.
Tenemos tierra en el sur cuyo promedio no superan los cinco habitantes por Km2. ¿No es oportuno tener en cuenta que semejante falla se solucionaría con la correcta distribución de las ideas? Los historiadores saben perfectamente que muchas personalidades del gobierno, aspiraban que los límites de la república no debían pasar más allá que la provincia de Buenos Aires, oeste de La Pampa, oeste de Córdoba, sur de Santa Fe y sur de Entre Rios. Les recuerdo que no es así.
Al rezar digo: “Hágase tu voluntad en la Tierra como en el Cielo” y si me lo permite Diocito: “Hágase la mía en una Capital que no sea Buenos Aires.”
Por ARMANDO ABEL CAVALIERI.