LOS NIÑOS EN LA RURALIDAD

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Cuando pensamos en una zona rural, seguramente se nos presentan imágenes, o algún  recuerdo, y si le sumamos una escuela, aparece la representación  encantadora de esa escuelita sobre una loma verde, con su bandera flameando al viento y hacia la cual llegan los niños a caballo… o aquella a la que van caminando seis kilómetros a campo traviesa.

Sabemos las diferencias de lo urbano y lo rural. Que lo urbano está caracterizado por criterios administrativos, fronteras políticas, densidad demográfica, función económica y presencia de especificidades urbanas (calles asfaltadas, alumbrado público, red de saneamiento). En cambio zona rural abarca el conjunto de las poblaciones pequeñas, viviendas aisladas, es decir, las zonas situadas a las afueras de los grandes centros urbanos.

Pensar lo  “urbano” y lo “rural” es pensar sus diferencias, sus similitudes, sus historias, sus sentires.

En zonas rurales, encontramos a la escuela rural, como  única institución pública para estas comunidades, que mantienen un mandato histórico de orden social; la existencia de aulas multigrado le confiere a las mismas, una forma de enseñar y aprender que abandona las pretensiones de homogeneidad; contribuyendo a mantener ciertas relaciones interpersonales que parecen perdidas en otros medios y aquí es espontanea.  Relaciones estrechas y cercanas entre escuela, familia, comunidad; el aprender con otros, en el marco de relaciones interactivas entre pares asimétricos; con la posibilidad de aprender en grupos pequeños y en instituciones pequeñas,  marcan su esencia.

La escolarización  tiene una propuesta pedagógica  tan apasionante, creativa, sentida, que se enlaza con esa esencia única de la ruralidad,  que valora el entorno, las tradiciones, creencias, los lenguajes silenciosos y la importancia que ellos tienen para la misma población, integrándolos dentro del curiculum escolar.

Estas instituciones educativas,  sustentadas con el mismo marco legal de todos los establecimientos educativos del país, son las que contribuyen  al arraigo de las familias al medio, a su paisaje.

Un momento de ese maravilloso escenario, es el acto de enseñar y aprender,   donde  los niños trabajan en pequeños grupos, siguiendo guías de aprendizaje; algunos que van dialogando, interactuando, mirándose a los ojos, tomando decisiones en grupo, trabajando juntos. Junto a una maestra o a un maestro según la región,  que va de mesa en mesa, asesorando, retroalimentando durante el proceso de aprendizaje; facilitando, motivando, haciendo preguntas; brindando más tiempo con los que van a otro ritmo… conformando una verdadera comunidad de aprendizaje.

No obstante, la forma de agrupamiento multigrado no es la única variable presente en la escuela rural. El Multilingüismo, multiculturalismo, la sobreedad,  son   otras de las particularidades que se combinan de  diversas  maneras  dentro del  mismo salón de clase, dando esa postal que atrapa y moviliza a cualquier observador, que aprecie  el valor de la educación.

La escuela rural es como el motor social de la región, la que convoca allí al encuentro donde el maestro tiene un reconocimiento especial, los padres agradecen su labor y están comprometidos con la educación de sus hijos.

Siempre digo que hay que conocer una escuela rural, para aprender la esencia de la educación en valores.

El maestro rural, como actor fundamental en dicho proceso de aprendizaje, puede conjugar los conocimientos cotidianos con los conocimientos académicos, generando instancias en los que ambos se desarrollan y ponen en práctica; apelando a la interacción y al intercambio de conocimientos. Como hemos mencionado, es fundamental tener presente la importancia del contexto en el desarrollo cognitivo de cada niño. Como seres en situación que somos, somos producto del entorno, de un contexto social, cultural, político y económico. El tipo de relaciones que construimos en nuestra niñez va a determinar e influir en nuestra manera de vincularnos de adultos. La escuela rural sin duda es un espacio muy valorado y generador de los derechos de las infancias.

Las  infancias todas, únicas, que encuentra en el  juego, como decimos siempre,  la clave para el desarrollo cognitivo: el juego construye el psiquismo infantil. En la escuela rural donde hay otros paisajes, otras historias, otros tiempos, me atrevo a creer que las palabras de María Elena Walsh: “Quiero tiempo, pero no tiempo apurado, tiempo para jugar que es el mejor”… se hace realidad.

 

Por SILVIA TASSI