MADUREZ AVANZADA Y MIEDO AL DESAMPARO

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Miguel acababa de cumplir 78 años. Hombre de buena presencia; de estatura alta, de caminar erguido. De aspecto impecable; se notaba que cuidaba de su aspecto personal. Se sumaba al prolijo peinado de su cabello blanco, vestir siempre de elegante sport. La esposa, quien vino a consultarme, me dijo: “Simplemente le ha entrado pánico”. La mujer me contó que Miguel había estado tomando antidepresivos y tranquilizantes suaves, pero su desmejora continuaba. El problema comenzó hace aproximadamente un año mientras cenaba con su esposa y su hija en un restaurante; tuvo una reacción de pánico acompañado de palpitaciones. Pensaron que era una crisis cardíaca, lo llevaron de urgencia en una ambulancia a una clínica; afortunadamente los estudios mostraron que no había nada grave. Al margen de una diabetes leve, tenía buena salud. En la primera entrevista con él, sospeché que Miguel tenía miedo a la decadencia física-funcional y a la pérdida de sus facultades mentales.Siempre he sido activo, de tomar decisiones, de estar a la iniciativa, y ahora estoy demasiado nervioso para salir de casa o para hacer un viaje con mi mujer”. Me comentó que como él dudaba en salir para ir al cine, cenar, ni hablar de viajar, su esposa se había vuelto más independiente y había realizado un viaje con una amiga. Miguel se quejaba de lo duro que le resultaba quedarse solo, aún cuando una empleada del servicio doméstico hacía años se encargaba de la comida y la limpieza, y su hija lo visitaba dos veces en la semana. Cuando lo invité a Miguel a buscar la pista de sus miedos, recuerda que en su infancia, por razones de trabajo, sus padres le dedicaban poco tiempo y quedaba al cuidado de una tía que hacía de madre sustituta. Ahora temía estar separado de su mujer como antes temía estar separado de su tía. Confieso como psicoterapeuta que Miguel me ha impresionado: no todas las personas de la edad de él están dispuestas a consultar por esta problemática. Incluso me pregunté: ¿No es una falta de realismo el intento de ayudar a una persona de 78 años a que explore sus miedos? El problema era que el miedo y el pánico lo tenían casi incapacitado. Miguel me repetía que le aterrorizaba la posibilidad de que su deterioro continuara y perdiera sus facultades mentales. Imagino que son muchas las personas que tienen miedo a perder su capacidad mental y física; pero Miguel se encontraba muy lejos de ese estado. Y, sin embargo, los miedos se habían apoderado de su vida. Yo sentía que necesitaba tener una imagen más clara de la situación de Miguel. Comencé a tratar de imaginar cómo era cada día de la semana de este hombre. ¿Se quedaba todo el tiempo en casa presa del pánico ante sus síntomas, a no ser las pocas veces que salía de su casa para ir a una clínica a hacerse los estudios de rutina? Respetar un síntoma significa tratar muy seriamente de entender sus causas y su importancia en el conjunto total de la persona. El síntoma no es un cuerpo extraño que hay que extirpar y desechar por inútil. Los ataques de angustia lo habían asustado tanto que se quedaba todo el tiempo en su casa. En esta vida no hay forma de protegerse, por ejemplo, contra la sensación de sentirse abandonado como sucedió con los padres de Miguel e incluso con su mujer. Para funcionar bien necesitamos creer que eso no nos sucederá. Mi objetivo fue ayudarlo a convencerse de que él podía hacer mucho por el lado positivo, para que fuera capaz de explorar el estado de angustia en el que estaba sumergido. La ansiedad de pérdida de contacto y la angustia de separación nos puede paralizar. Los ancianos temen la pérdida de contacto con los que aman. Poco a poco Miguel se fue recuperando y superó el difícil trance. Recuerdo que Miguel me dijo: “No espere de mí grandes cambios, pero me gustaría que algunas de mis relaciones fueran más positivas”. Admiré que fuera realista respecto a su psicoterapia, creo que eso fue una clave para su mejoría. Pienso que también lo ayudó el hecho de que yo fuera más joven que él y me interesara por su persona y admirara los logros que había obtenido Miguel en su vida, temas que fueron motivo de ricos diálogos y extensas conversaciones. Había sido un exitoso profesional. Mi sincero interés por él lo estimuló a repensar su vida. Como psicólogo siempre me motiva la esperanza. No debemos olvidar que todos sobrevivimos por obra de la confianza y de la esperanza.

Por Dr. RAÚL LEANI