«OBJETOS PERDIDOS», por MARÍA FERNANDA TRÉBOL

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GLORIA ROSA

Como era de esperarse, si tenemos en cuenta que no soy una gran previsora, esta mañana se me acabó el jabón líquido. En otro momento hubiera sido una trivialidad, pero ahora… Es curiosa la relevancia que adquieren las cosas simples en épocas críticas.

Al revisar el bajo mesada, noté que mi hogar dulce hogar cuenta con una botella de alcohol en gel (que estoy dispuesta a defender hasta la muerte) y jabón sólido. Ninguna de las dos cosas me pareció del todo correcta para manejarme dentro del confinamiento pre-apocalíptico; si el primero se me acaba, no conseguiré renovar el stock fácilmente, y el segundo no sería muy higiénico si es compartido por los cuatro habitantes del departamento.

El pequeño inconveniente tenía una solución que, en ese momento, me pareció sencilla: enfrente hay una droguería que vende productos sueltos. Ya tenía la llave en la mano cuando, afortunadamente, noté que no llevaba puesto nada apto para superar el umbral: ojotas, un short del pleistoceno y la remera de mi viaje de quinto año: “Sansó: Let´s go to Bariloche! – Promoción 1992”. (Salió buenísima…)

Una vez convertida en un ser apto para el espacio público, me dispuse a cumplir con mi misión. Tomé coraje, dinero, frasquito portátil de alcohol en gel, la llave y salí. A los cinco segundos volví: faltaba el rociado con repelente. En Rosario, además del Coronavirus, también acecha el dengue. No es cuestión de arriesgarse.

Evidentemente, no era la única en problemas: había 18 personas delante de mí. Cada una intentaba, sin conseguirlo, guardar la distancia de 1,5m recomendada por estas horas. El conjunto ofrecía una especie de coreografía, producto de que si alguien se movía para alejarse de otro, acababa por acercarse a un tercero, que a su vez iniciaba una nueva serie al recalibrar su posición.

Yo no sé por qué la gente se enloquece así- me dijo una señora con barbijo mientras salía del local con 1 bidón de 5 litros de cloro activo en una mano y un carro con 4 bidones más en la otra.

Sin entrar siquiera, busqué otra opción. El supermercado de la vuelta parecía prometedor. Cuando llegué a la góndola de higiene personal, un hombre cuya pertenencia al segmento +65 era notoria me dirigió una mirada fulminante, mientras abrazaba los últimos 5 sachets de jabón líquido fragancia “sonrisas de hadas cósmicas”.

Salí desahuciada. Ya me encontraba sin rumbo, dispuesta a emprender la retirada, cuando apareció un pequeño negocio de artículos de limpieza. Entré. Los estantes que hasta hace poco rebalsaban de envases de jabón líquido de varios colores habían sido arrasados. Solamente resistía una botella, olvidada en el fondo del estante más bajo: era de esas que generalmente nadie quiere, de color rosa radioactivo con aroma extradulce a cerezas o, mejor dicho, a esos chicles que masticábamos de chicos y que hoy me parecen venenosos.

Volví a casa acunando la botella, cuyo color cherry feroz refulgía a la luz del mediodía. Luego de entrar al departamento, cargué los envases respectivos y me dispuse al lavado reglamentario de manos. Orgullosa, apreté el cabezal del dispensador y recogí el hilo rosado en mi palma. Ni el color extra artificial ni el olor empalagoso pudieron con mi espíritu de victoria: a grito pelado, en mi inglés tarzánico, le pedí perdón a Gloria Gaynor y solté: Aigüilsuvairv!!!!! Aigüilsuvairv!!! Hey, hey!!!!!

 

Por MARÍA FERNANDA TRÉBOL – Licenciada en Comunicación Social