PALABRAS DE ALIENTO: EL BUEN HUMOR

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Cuando los jóvenes veían más alegre y conversador a Don Bosco, el sacerdote italiano fundador de los Salesianos, decían: «Hoy debe haber tenido un problema porque está más sonriente que de costumbre».  Y así sucedía.

Un día le dijo otro sacerdote: «Comentan sus amigos que nunca lo habían visto tan alegre y comunicativo como hoy».  Y él le respondió: «Y, sin embargo, hoy tuve un inconveniente muy grande que me llevó a afrontar un problema como nunca me había imaginado que llegaría».

El padre Juan Bosco vivía de esa manera, porque bien claro que el sentido de su vida era seguir a Jesús en las buenas y en las malas. De ahí venía la alegría que sembró siempre.

Todos podemos afrontar la vida con buen humor aunque tengamos problemas que solucionar. El buen humor depende de la forma de interpretar los acontecimientos y de la capacidad para tener salidas alegres.

Con eso no se nace, sino que se crece con esfuerzo cotidiano. Se puede perseverar en ello, como Don Bosco, si existe un auténtico deseo de vivir el ideal de seguir a Jesús.

A Él podemos pedirle que nos done su alegría y, al mismo tiempo, asumir la tarea de autodominio para que no nos manejen los estados de ánimo cambiantes, y tomar el timón de la propia vida con deseos de superación constantes. Eso nos va mejorando para vivir bien el ideal con alegría, poniendo los medios diariamente, porque no es un proceso mágico. Luchemos para no dejar entrar en nuestro interior los sentimientos negativos que nos visitan todos los días, y nos quieren angustiar, enojar o deprimir; ellos nos quieren apartar del ideal de seguir a Jesús con alegría; por eso, debemos poner los medios para cerrarle las puertas del corazón a esas malas visitas perturbadoras y dejar entrar sólo lo que conduce a la verdadera alegría. Nos ayuda para ello: la oración pausada, la lectura espiritual, las conversaciones edificantes y otros medios buenos.

Cuando caemos en la cuenta del amor que Dios nos tiene así como somos, en cada momento, nos ayuda a valorarnos con nuestros límites personales, y por ello no debemos entristecernos por lo que nos falta. También las dificultades y los defectos que tenemos, los tomamos como cruces del camino que nos conducen al propósito de mejorar gradualmente sin perder el gozo espiritual.

Busquemos ingeniosamente la manera de cultivar un humor que aliente a los demás, especialmente a los decaídos y temerosos, porque dando se recibe.

Tratemos de sonreír con mayor frecuencia y crear un ambiente agradable en dónde nos encontremos. Eso favorece la propia salud física, espiritual, mental y emocional y nos lleva a rendir más en todo lo que hacemos porque la alegría es vivir en plenitud.

Podemos rezar la oración de San Alberto Hurtado: «Señor, si me pides la vida quiero darla contento; si no quieres que muera quiero vivir sonriendo;  quiero reír, quiero soñar; quiero darles a todos la alegría de amar».