PANDEMIA, por MARCELA RUIZ

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PANDEMIA

La humanidad sufrió el embate de una enfermedad nueva. Debimos aprender a actuar de otra manera. A partir de ella, todo fue distinto. La palabra GRIETA dejó de ser usada en cuestiones políticas, pero se instaló en otros lugares: los que no cuestionaron las medidas de prevención y los que las ponían en tela de juicio. Dejamos de hablar del lenguaje inclusivo. Empezamos a convivir con otros vocablos: pandemia, coronavirus, covid-19. Nos dijeron “quédate en casa”, aunque nadie se ocupó de saber si la teníamos; nos dijeron “usá barbijo y alcohol en gel”, pero nadie nos dijo cómo comprarlos si no teníamos dinero; nos pidieron “lávate las manos con frecuencia”, sin embargo, no pensaron en quienes no disponen de agua potable; nos rogaron “aislamiento”, sin pensar que ya estábamos aislados. ¿Acaso la tecnología y las redes sociales no nos habían convertido ya en una especie de zombis? Resulta que aquello que se criticaba con denuedo, se convirtió de buenas a primeras en eso que mantendría el vínculo, y los viejos empezaron a hacer videollamadas, a comunicarse por zoom y a usar el wasap como nunca antes lo hubieran imaginado. Estamos más solos que antes, más solos que nunca, haciendo frente a una enfermedad devastadora y agresiva que mata a los seres humanos, que nos mata. El futuro, con traje de extraterrestre, nos puso los pies encima y nosotros, incapaces de nada, recurrimos al optimismo o a la angustia. El uso del barbijo no nos privó de la palabra, pero nos quitó la gestualidad y nos ocultó la sonrisa; los guantes de látex nos privaron del tacto, pero seguimos manteniendo el apretón de manos; el alcohol y el cloro reemplazaron los perfumes, pero igualmente nos la ingeniamos para dejar nuestro aroma; el abrazo se convirtió en un choque de codos; la cercanía se transformó en distancia. Pero como a todo se acostumbra uno, pensamos que no era para tanto. Hubo quienes insistieron con los besos y las reuniones, con los encuentros, con las charlas mano a mano. Hubo otros, más cautos, que respetaron las reglas de juego y las medidas de prevención. Quizás hoy el planeta se divida en dos sectores (no en muertos y en vivos, no en contagiados y en curados, no en enfermos y en sanos): solidarios y egoístas.

La covid-19 no es la verdadera pandemia; la covid-19 vino a abrirnos los ojos, vino a decirnos lo frágiles que somos los seres humanos frente a algo tan devastador como un virus letal. La verdadera pandemia que aqueja a los hombres es la soberbia, la falta de temor y la falta de humildad; la verdadera pandemia es pensar que somos indestructibles, que somos dioses.

A pesar de todos los trajes que podamos ponernos, nadie va a privarnos ni de la mirada (en ella está nuestra alma; allí están nuestros sentimientos y nuestras emociones) ni de la palabra.  Cuando esto pase, cuando la pandemia sea nada más que un recuerdo, habremos aprendido la lección o no habremos aprendido nada. Quizás salgamos beneficiados con nuevos aprendizajes, quizás el futuro que se presentó tan abruptamente siga insistiendo con miedos desconocidos, y así será hasta que aprendamos definitivamente que la vida es un regalo con fecha de vencimiento que debemos cuidar y que los seres humanos somos infinitamente más pequeños de lo que pensamos.

 

Por MARCELA RUIZ – Profesora de Castellano, Literatura y Latín / Escritora