¡Quién no ha tenido en sueños la visita de un ser querido. (San Francisco)
Un señor aparentemente confundido, alargó su mirada hasta la mitad de la calle, tratando de descubrir la casa que tenía pensado visitar.
-¿A quién busca?- le preguntó un vecino interesado en ayudarlo.
-A la señora o señorita Hersilia Azucena Bilesio.
-Hersilia…Hersilia…Hersilia.. -repetía por lo bajo el informante, tratando de fabricar el tiempo necesario mientras encontraba la respuesta.
-¡No! . No conozco a ningún vecino que se llame así.
-Sin embargo me dijeron que vive por aquí – aseguró el desconocido.
-Mire, haga una cosa; después de esa casa de color amarillo, vive una señorita que le dicen «Chila», en una de esas ella la conoce.
Hersilia Azucena Bilesio era la «Chila». Muy pocos la conocían por su nombre..
Cuando la visité, estaba en una silla de ruedas escuchando tangos. -¡Vos me ves así Armando- me dijo al rato de habernos saludado, la culpa la tienen los años. Te puedo asegurar que nunca fui así.
-Te creo- le respondí.
-Te cuento que me he reído y divertido tanto en esta vida, que si la alegría, como dicen «que alargan los tiempos», yo tendría para cien años más.
-¿Qué fue lo que más te gustó hacer?
-Bailar…bailar…y…bailar. ¡A los bailes, me los bailé a todos! Ni enferma dejé de sacudirme.
-Te ví cuando bailabas en el Casado; fueron los momentos de mi adolescencia. ¡ Mamita querida, cómo te movías! ¿Cómo se llamaba tu compañero de baile?
-Mario Fernández.
-Un morocho pinton. Lo recuerdo.
-Sí. Trabajaba en la fábrica de balanzas de Churriguera. Vestía como los dioses y ¡Cómo bailaba! Donde había aslgún concurso , allí estábamos. Una vez fuimos a Carcarañá a competir- era de tangos- ¡Y lo ganamos! Sobre el pucho se armó otro, pero de vals. Recuero que con el negro nos miramos y escuché que me dijo: -¡Lárguemonos que tanto! -Vos no lo vas a creer, Armando: ¡Salimos primero! Dos premios en una noche ¡Increíble!
-¿Vos fuiste modista?
-¿Acaso te olvidaste que yo le hice el vestido de casamiento a la Pichi. Me parece que está perdiendo la memoria. Ya voy a hablar con tu señora.
-¿Estuviste en la comisión del Club Alumni, también?
-¡Sí! Donde había alegría y diversión: allí estaba.
-Te comento que fui testigo la noche de los corsos de la calle Buenos Aires. Hace mucho. Ustedes armaron una carroza extraordinaria. El que no los acompañó fue el tiempo; hizo un frío de morirse. El Coco Ingaglio dirigía la marcha y tenía que ir diciendo a cada rato: ¡Alá…Alá! Todos vestían de árabes y llevaban ropas livianas. En un momento y ante el frío al Coco se le escapó aquello de: «Alá…Alá.. Alamarosca que frío que hace»
Querida Chila, te fuiste hace un tiempo, cargando sin sentirlos tus noventa y un años.
No me extrañaría verte bailando un tango en alguna estrella.
Por ARMANDO ABEL CAVALIERI