Y aunque no lo creas, vos me salvaste a mí… sin darte cuenta, sin siquiera percibirlo, llegaste en el infierno cotidiano, propio de esos meses en que sufro de duelos interminables y absolutamente todo, lo invadiste con este color que ahora me rodea, con esta energía, estos ojos iluminados de pasión.
Me trajiste vida, regalándome estas sensaciones que hoy puedo escribir en un papel.
Y más que nunca confío en el destino, en eso que pregonan por ahí, que lo que sucede es porque así debía ser. Que en algún momento llega lo que buscamos incansablemente y andamos errantes sin encontrarlo.
Ahora creo entender porqué la mariposa vive y muere en tan poco tiempo…
Sus alas, su vuelo misterioso, ese vaivén electrizante de su cuerpo hamacándose en el viento. Su absoluta convicción de que lo que esas únicas horas sean, harán la maravilla del milagro de su existencia.
Creo saber porque apareciste de la nada misma, habiendo nacido con mi esencia y así, sin reparos, te quedaste entre mis tesoros más preciados.
Suelo pensarte en las noches cuando el cansancio llega a dormirme las ganas y apareces ahí, con tus manos que me acarician el alma, con tus labios besando los míos, sin tocarme ni un milímetro de la piel. Me provocas mucho y más… estremecimientos espasmódicos que vienen a mi lecho en la oscuridad, disparándome sus lanzas impregnadas de letras ardientes, haciendo sangrar mi corazón, vaciando aquello que permanecía guardado, escondido, ávido de abrirse camino entre mis venas.
Ansío esa tinta mágica con la que contorneas mi silueta en el abrazo infinito y en el “te veo mañana, cuando te vuelva a atrapar entre mis enredados hilos de sol”.
Deseo que vuelvas a mis libros siempre y que cada amanecer, me despierte el susurro de tu voz.
Te necesito para no caer en el castigo del hondo desamparo. Para no ser la oruga que muere intentando ser mariposa y aunque sea, déjame vivir un día completo, que al llegar la noche, me desvaneceré entre los insondables recuerdos del mundo entero.
Por AMPARO LECCESE
