Y SI TE DIGO QUE…

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No existe adulto más envejecido que aquel que decide no jugar más. No hay más sufrimiento que el de aquel niño a quien obligan a trabajar. No existe mayor prisión que aquella que no permite al pájaro volar. Entiéndase que el hombre tiene sobre sí el poder de decidir (aunque a veces otros decidan por mí, por ti y también por aquel que aún no se decidió a existir). Digamos que el humano, demasiado humano al decir de Nietzsche, es un ser que no puede prescindir del otro. Ejerza poder, imponga leyes, abanique posibilidades, brinde promesas inalcanzables, nunca lo puede hacer si del otro lado (o al mismo lado) no encuentra el reflejo de los demás. Porque ellos, nosotros, ustedes, vosotros, y de la manera en que lo quieras conjugar somos el espejo que devuelve constantemente el reflejo de todo lo que el hombre es capaz. Carne débil, mente desalineada, despecho infraganti, jerga indescifrable, incógnita por develar. Y así estamos, queriendo hacer tanto y sin hacer nada, creyendo que un buen día las cosas cambiarán. Pero ese día, ¿no debería comenzar ya?