YO FUI PERONISTA

0
342

Recuerdo que quise seguir siéndolo para siempre, pero a medida que todo gobierno representativo y militar que se involucraba en el almanaque de las elecciones, ninguno de ellos condescendió ni por asomo con los principios de un movimiento  universal y humanístico de la magnitud que se gestara en la época de los esperanzados a una vida digna de trabajo y comida, y…claro, que lo recuerdo-porqué al superar la suma de años que hoy día me presiona el cuerpo, me otorga el derecho de decir lo que la experiencia me grita: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”, una frase tan profunda que dejamos de recitar hace tiempo ya, confundidos y atrapados por el amor ilícito al dinero, a un dinero del que no nos valemos sanamente para cubrir nuestras simples necesidades; invocamos su presencia cada minuto segundo o lo que fuera para ser cada vez más poderosos. Entonces, fue allí, en aquella sinagoga cuando Jesús se armó de un látigo y castigó sin piedad a cuantos mercaderes mal habidos ejercían libremente sus operaciones en aquél lugar, comenzó por echar  a los que vendían y compraban en el templo; y volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas:”Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones, más vosotros la habéis hecho cueva de ladrones”.

Lejos estoy de oficiar como sacerdote, pastor, rabino o lo que fuere, lo que me  atrapó poderosamente tuvo que ver con  la forma de decirlo: “Bienaventurado los pobres y los humildes” Y el tiempo rodó desde entonces, y una clase distinta de sociedad se fue consolidando a la vera de un conductor terrenal, que tuvo la virtud de conducir y sembrar semillas ya echadas y entonces se vieron humildes, pobres y explotados, renacer por  todos lados. Eran los sumergidos, aquellos  los que nunca se sabrían sobre si alguna vez fueron vidas, porque a la capa de poderosos no les interesaba que se vieran.

¡Qué digo y opino cuando, fui testigo de la bofetada que recibió la joven adolescente delante de todos nosotros por su propio padre:- ¡Qué sea la última vez que le contestes a tu patrón! Ese día volvió al trabajo sin probar bocado, los más jóvenes parecieron relamerse, pensando que esta vez sería cierto. Tiempo después- me contó-  el dinero que debió pagarle el miserable empleador por los daños y perjuicios y otras cosas, fueron  los que determinaron que el infeliz avariento pusiese su voto a favor de la clase poderosa.

-¿Qué está haciendo don Celestino?- ¡Dejé de hacer pozos; usted está para jubilarse!

– ¿Qué es eso, qué como si no trabajo?

-¡Casi nada!  No será necesario que se rompa más el lomo; ahora cobrará sin trabajar- ¡Es justo! ¿No?

Yo fui quien creyó que la justicia que llegaba con todo, no se alteraría ante ningún embate, pero estuve equivocado. Falsos peronistas necesitaron poco tiempo para engrosar sus bolsillos junto a los amigotes de otras ideas. Porqué estuvieron todos en la repartija. ¿Para qué? – me pregunto- Si han de morirse como cualquiera!

Si haber sido peronista en su momento se lo utilizara como castigo, ofrezco la espalda para que descarguen sobre ella, y a mi solicitud, cien latigazos más que aquellos que pensaban suministrarme.

-¡Écheme a los  leones Diocleciano, para que me coman, quiero entrar al reino de Dios, dónde se vive mil veces mejor que aquí.

– Ya he matado a muchos cristianos, no mataré a ninguno más, lo prometo; estoy avistando el final del Imperio Romano.

¡Cuántos Ananías y Safira permanecieron marginados de los “HECHOS” del Nuevo Testamento¡ Aquí, cuando estábamos comprendiendo el darlo todo, “algunos” se olvidaron.

¿Se me criticará por haber participado de una idea?  ¿Acaso deshonro a mi persona el haberlo hecho? Para justificar un posible agravio  aquí está mi  otra mejilla.

Hay todavía un destello de luz que viaja en el tiempo portador de una justicia inimaginable. La dejo correr de buenas ganas, está esperándola el “Justicialismo”.

Estoy indeciso: no sé cuándo dejé de ser peronista, posiblemente un primero de julio de 1974. Cualquier otro parecido, es pura coincidencia.

Por ARMANDO ABEL CAVALIERI