29 DE JULIO

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29 DE JULIO, «DÍA DE LA CULTURA NACIONAL»

En julio de 1957 muere en Buenos Aires el escritor y profesor universitario Ricardo Rojas, nacido en la provincia de Tucumán en 1882. Autor de grandes obras como, “Blasón de plata”, “El Santo de la Espada” y “El profeta de la pampa”, entre otras.

En 1982, 25 años después de su muerte, un decreto presidencial instituyó esta fecha en su conmemoración. Así es, que el 29 de julio, es recordado como el Día de la Cultura Nacional.

El concepto de Cultura Nacional resulta muy interesante, se lo puede relacionar tanto con aspectos políticos y sociales, como así también con los orígenes históricos de la Nación. De modo que la Cultura Nacional tiene que ver con la formación de una identidad y de un sentimiento de pertenencia que sirva para unir los miembros de una sociedad en base a determinados símbolos o creencias fácilmente reconocibles.

 

29 DE JULIO, «DÍA DE LOS VALORES HUMANOS EN ARGENTINA»

El 29 de julio de cada año se celebra el Día de los Valores Humanos que tiene como motivo regular la conducta, superación y dignificación moral y espiritual de cada persona, con esta idea se sanciono en el año 2003, en la Argentina la ley 25.787.

A través de esta regulación se dispone que este día se impartan en todos los establecimientos educativos del país clases alusivas, destinadas a exaltar el significado de los valores que dignifican y ennoblecen las relaciones humanas.

La sanción de esta ley surge a partir de que en la última dictadura militar, se practicó una violación masiva y sistemática de los derechos humanos fundamentales, a través del aparato organizado del poder, que actuó bajo la forma del terrorismo de estado.

El objetivo de esta ley es que lleve a los argentinos a reflexionar sobre aquellos principios y sobre el carácter moral que contribuyen a la autorrealización de las personas y de las sociedades, como así también a una valoración espiritual.

El concepto de valores humanos abarca todos aquellos bienes universales que vamos adquiriendo, asimilando y transmitiendo en nuestra vida y que nos motivan en nuestras decisiones cotidianas, ayudándonos a nuestra autorrealización y perfeccionamiento.

Hay muchas clases de valores, según el plano donde nos situemos o el aspecto de nuestra vida que nos afecta tales como los económicos, los que nos satisfacen como persona, los que trascienden la persona y los que ayudan a relacionarnos con los demás.

No es fácil definir los valores ni mucho menos establecer una escala de orden de prioridad pero, algunos que se pueden citar son: decencia, coherencia, sana diversión, saber dar y recibir consejos, patriotismo, puntualidad, objetividad, docilidad, compasión, amor, desprendimiento, serenidad, respeto y tolerancia.

Esta ley involucra a todos los seres humanos que nacen con derechos que les pertenecen, sin importar la raza, la cultura, la nacionalidad o la religión que posean.

Los derechos humanos son patrimonio de la humanidad y trascienden las fronteras nacionales, es por eso que tenemos que conmemorar este día informándonos sobre los derechos que nos pertenecen para luego hacerlo valer a lo largo de la vida en cada situación cotidiana.

 

29 DE JULIO, «DÍA DE LA TRABAJADORA DOMÉSTICA»

El día 29 de julio es declarado a través del Decreto N° 3922/73 el día de la trabajadora doméstica. Este no solo es un día de agasajo sino también de lucha, ya que debe ser logrado el pleno reconocimiento de las categorías de trabajo de esta actividad.

 

29 DE JULIO, «ANIVERSARIO DE LA NOCHE DE LOS BASTONES LARGOS» (1966) – «DÍA DEL PROFESOR UNIVERSITARIO»

El 29 de julio de 1966, un mes después de instalada la dictadura que derrocó a Arturo Illia, Juan Carlos Onganía ordenó la intervención de las universidades. La resistencia de las autoridades, los graduados y los alumnos fue reprimida salvajemente. Se inició entonces una verdadera “fuga de cerebros” cuyas consecuencias todavía se sienten hoy en el desarrollo científico argentino

Las universidades fueron de las escasas instituciones que se opusieron desde el principio al golpe que puso en la Casa Rosada a Juan Carlos Onganía. Ya la noche del martes 28 de junio de 1966 el rector de la UBA, Hilario Fernández Long, llamó a los docentes, alumnos y graduados a defender a las autoridades que habían elegido y a “mantener vivo el espíritu que haga posible el restablecimiento de la democracia”. Fernández Long era un ingeniero dedicado a puentes y estructuras, de Necochea, demócrata cristiano, no representaba para nada la idea de los “demonios rojos” que poblaban las aulas y las conducciones académicas que la nueva dictadura quería pintar.

Sin embargo, no era solo la paranoia de los complotados para derrocar a Arturo Illia. La llamada doctrina de la seguridad nacional impartida en la Escuela de las Américas hizo que en 1965 no solo las tropas de Estados Unidos acrecentaran su presencia en Vietnam y comenzara una guerra feroz que duró una década sino que a principios de ese 1965 se produjo la invasión a Santo Domingo precisamente del cuerpo de Marines para desalojar al presidente de ese país. Fue el 28 de abril y en la UBA la repercusión del conflicto fue inmediata. Dos días después, el Consejo Superior había emitido una declaración repudiando la invasión. Pedían a Illia que asumiera una posición contundente en defensa del principio de autodeterminación de los pueblos.

Los claustros se plegaron de forma masiva. El 5 de mayo se registraron fuertes enfrentamientos entre los estudiantes porteños y la policía porque la guardia de infantería y la caballería dispersaron una gran manifestación en la explanada del Congreso. El olor a gases lacrimógenos y las corridas se extendieron.

Y un dato clave de por qué la intervención de la UBA comenzaría un 28 de julio de 1966 en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales: aquel 5 de mayo, el decano de Exactas, Rolando García, hablaba en una asamblea intercentros auspiciada por la Federación Universitaria Argentina. Todos repudiaban “la intervención yanqui”. La decisión de invadir había sido tomada en la Casa Blanca: Lyndon Johnson, el presidente que temía que Santo Domingo se convirtiera en “la segunda Cuba”.

Los jefes militares argentinos ya ponían al radical Arturo Illia en la mira. La necesidad de estar alineados con Washington en una ola belicista ponía el tema del golpe de Estado en la agenda.

El 28 de junio, el general Pascual Pistarini echa al presidente Illia. Al día siguiente asume Juan Carlos Onganía. Con la firma del Consejo Superior de la UBA, de inmediato salió una declaración escrita exhortando a los claustros universitarios a continuar defendiendo la Autonomía Universitaria.

El detalle era significativo: esa autonomía era un logro acontecido en 1918, durante el primer gobierno de Hipólito Yrigoyen y ahora Onganía desalojaba a un gobierno radical. Si bien, el dictador decía que quería “barrer el marxismo leninismo de las aulas”, la realidad es que prohibiría agrupaciones radicales, humanistas cristianas, socialistas y de todas las variantes de la izquierda.

Las facultades quedaron en tensión, esperando la reacción del gobierno militar: era evidente que iban a hacer algo. Un mes después, el viernes 29 de julio, Onganía promulgó un decreto –con fuerza de ley-, el 16.192, que debía “poner fin a la autonomía universitaria” y, aunque no mencionaba la palabra intervención, dispuso algo que podría considerarse insólito si no fuera por lo perverso: las universidades pasaban a depender del Ministerio del Interior, en cuya órbita estaban las fuerzas de seguridad, en vez de la cartera de Educación.

A las diez de la noche de ese frío viernes 29, la Manzana de las Luces, en pleno centro porteño, donde 161 años antes se habían desarrollado acciones de resistencia a las tropas inglesas, la guardia de infantería de la Policía Federal entraba pertrechada para reprimir.

Allí, en Perú 272, funcionaba una de las dos sedes de Ciencias Exactas. Rolando García, el mismo decano que había tomado la palabra un año antes para repudiar la invasión a Santo Domingo, se les plantó a los fornidos policías. García fue herido en una mano, y hubo varios científicos más; Oscar Varsavsky y Manuel Sadosky, entre otros doscientos estudiantes y profesores, fueron sacados con las manos arriba y trasladados a las comisarías de la zona.

Fue la “noche de los bastones largos”, llamada así por el tamaño de los palos que portaban los uniformados para dar el primer paso del disciplinamiento académico, la libertad de cátedra, la de expresión y poner fin a la autonomía universitaria.

Mientras tanto, a la misma hora, en la facultad de Filosofía y Letras, en la avenida Independencia, la guardia de infantería también amenazaba con actuar. Los estudiantes, en el hall, en plena agitación, decidieron resistir. De pronto, la puerta de la facultad cedió a los golpes y entró un contingente policial. También repartieron mandobles. Uno de los que estaba esa noche de viernes en la sede de Filosofía y Letras era Horacio González, que recibió un tremendo golpe en la cabeza y cayó desplomado al lado de sus compañeros. Cuando salió del shock, minutos después, lo llevaron fuera de la facultad y zafó de ir preso.

En los días siguientes, alrededor de la mitad de los docentes de la Universidad de Buenos Aires presentó su renuncia como protesta ante la intervención y la violencia. Eran miles de profesores. Desde el Ministerio del Interior la decisión fue cerrar las facultades.

El nuevo rector-interventor nombrado por los militares era Luis Botet, un abogado amigo del almirante Isaac Rojas que solía presentarse como “el juez de la Revolución Libertadora”.

Comenzaba una sangría para el desarrollo soberano de la ciencia y la tecnología argentinas. Los institutos de investigación de la Facultad de Ciencias Exactas eran desmantelados. Desde laboratorios de ciencia básica hasta aquellos que tenían convenios con gobernaciones o instituciones de todo tipo: uno que trabajaba sobre el control de granizo y la producción de lluvia artificial en Mendoza, otro de ecología del Chaco, otro de industrialización de la pesca atlántica y también los que hacían programas de cálculo para YPF, Gas del Estado y de Agua y Energía.

Onganía, con su premisa de orden, logró en poco tiempo ganarse el mal humor de los sectores medios que, en principio, lo miraban con alguna expectativa.

Juan Roederer, nacido en Trieste, Italia, el 2 de setiembre de 1929, pasó su infancia en Viena y luego emigró con sus padres a Argentina en 1939. A los 33 años recibía su título de doctor en Física y Matemáticas en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. Fue invitado dos años al prestigioso Instituto Max Planck de Física de Alemania y, a su regreso, en 1956, fue uno de los artífices de la creación del Departamento de Física. Como director del Centro Nacional de Radiación Cósmica, organizó un simposio en Buenos Aires con los más prominentes geofísicos del mundo.

Hoy, a sus 91 años conserva una lucidez asombrosa y desde la ciudad norteamericana de Boulder, Colorado, participó de un encuentro virtual propiciado por la revista La Ménsula -del Programa de Historia de Exactas-, en el que recordó lo acontecido después de la Noche de los Bastones Largos.

Después de la noche de los bastones largos, Roederer viajó a Estados Unidos y tomó contacto con la comunidad científica y dio entrevistas en medios de ese país. “Regresé el 11 de septiembre -cuenta Roederer-, y me encontré con una situación gravemente empeorada. Las autoridades académicas de todas las universidades nacionales habían sido reemplazadas por individuos incompetentes, algunos siendo aún estudiantes, nombrados exclusivamente por su afiliación política. Todos los intentos de académicos moderados de persuadir al gobierno dictatorial de dar marcha atrás en algunos aspectos habían fracasado y, en Buenos Aires, el Rector-Interventor Botet continuaba con sus declaraciones mentirosas y calumniosas contra los académicos”.

“Lo único positivo que logró junto a otros científicos y académicos fue poner en marcha de la Operación Rescate, una migración organizada de renunciantes a otros países Latinoamericanos, coordinada por (el ex decano de Exactas) Rolando García y financiada por la Fundación Ford de Estados Unidos”, recuerda Roederer.

Apenas diez días después de su regreso a Buenos Aires, renunció al cargo que le quedaba en Exactas. En sus palabras dejó entrever que dentro de las Fuerzas Armadas debía haber alguna “esperanza”. Al día siguiente The Buenos Aires Herald se hizo eco de eso. Se replicó en La Nación, La Razón y Primera Plana, entre otras.

Roederer había trabajado con altos oficiales de la Fuerza Aérea en planes de investigación de cohetes sonda, que sirven para estudiar la atmósfera superior, y en los que la Argentina tenía un sólido desarrollo en el que cooperaban la Fuerza Aérea, la Armada y distintos institutos científicos.

Junto con el también físico Juan José Giambiagi, Roederer participó de una reunión reservada llevada a cabo cuatro días después de su llegada a Buenos Aires. Allí estuvieron varios militares, como el capitán de Navío Fernando Meliá y con el comodoro Bosch, cuyo hermano Horacio concurría por parte de la Comisión Nacional de Energía Atómica entre otros. El encuentro fue en la sede del Instituto de Investigaciones Científicas y Técnicas de las Fuerzas Armadas (CITEFA). “Sin embargo no se llegó a ninguna conclusión”, recuerda el científico que vive en Colorado.

Cinco días después, Roederer habló con H. J. Maidenberg, corresponsal de The New York Times para América del Sur y con Frank Manitzas, que entonces trabajaba para Associated Press. Ambos periodistas de prestigio. Pero, además, para Onganía, que pretendía estar alineado con la doctrina surgida del Pentágono, eso era el presagio de una mala noticia.

En efecto, el 23 de septiembre The New York Times publicó esa reunión “reservada” de Giambiagi y Roederer pegó en la línea de flotación del gobierno. El ministro del Interior, Enrique Martínez Paz, habló de “traición”. Al capitán de Navío Fernando Meliá le impusieron desmentir el encuentro con una nota que la dictadura se ocupó de que fuera publicada en todos los diarios el 1° de octubre.

“Giambiagi y yo nos reunimos inmediatamente para escribir una contestación refutando sus términos en forma enérgica. Giambiagi escribió el borrador de la carta, no obstante, convenimos en que la firmaría exclusivamente yo, por ser el único mencionado en la declaración pública de Meliá. Es importante notar que del texto de esa carta se desprende en forma condensada lo que ocurrió en esa reunión del 15 de septiembre. Envié copias de mi carta a los diarios más importantes, pero ninguno la publicó: la cortina de la censura de prensa había caído en forma definitiva”, recuerda Roederer 55 años después en el encuentro con otros colegas coordinado por Raúl Carnota, alma mater de La Ménsula.

Eso sí, el silencio se rompió en Primera Plana para publicar que el titular del Conicet, el premio Nobel Bernardo Houssay, había aceptado la renuncia de Roederer a sus funciones académicas.

“Epílogo -dice Roederer-: la decisión de emigrar a los Estados Unidos para aceptar el cargo de profesor titular de Física con dedicación exclusiva en la Universidad de Denver fue tomada a fines de noviembre de 1966. Gracias a la gestión de Carlos Alberto Mallmann de la Fundación Bariloche y de Enrique Oteiza de la Fundación Di Tella, recibí un subsidio equivalente a mi sueldo académico que permitió a mi familia sobrevivir hasta nuestra partida en marzo de 1967″.

Luego de la represión policial se produjo la mayor “fuga de cerebros” de la historia argentina. Esa noche hubo 400 detenidos. En los meses siguientes, entre profesores despedidos y renunciantes, 700 de los mejores dejaron vacías sus cátedras

Luego de la represión policial se produjo la mayor “fuga de cerebros” de la historia argentina. Esa noche hubo 400 detenidos. En los meses siguientes, entre profesores despedidos y renunciantes, 700 de los mejores dejaron vacías sus cátedras

Es necesario aclarar que este científico es una muestra de lo que comúnmente se llama “fuga de cerebros”. En realidad no fugaron los científicos: los echaron. Roederer intentó el diálogo con jefes militares a los cuales sancionaron.

Pudo regresar varias veces a la Argentina, por temas personales y profesionales dado que desarrolló una gran labor en ese país: fue director del Instituto de Geofísica de la Universidad de Alaska y miembro (luego presidente) del Comité Asesor en el Laboratorio Nacional de Los Álamos. Sin embargo, en la siguiente dictadura, inaugurada por Jorge Rafael Videla, Roederer tuvo prohibido por el FBI visitar Argentina.

“En resumen -dice-, es obvio que la Operación Esperanza fracasó. Más aún, estaba condenada a fracasar desde un principio. Pero no para mí personalmente: las lecciones aprendidas en ese entonces a los 36 años de edad me sirvieron de guía para el futuro. Hasta el día de hoy, a los 90”.

 

 

29 DE JULIO, «23° ANIVERSARIO DEL FALLECIMIENTO DEL DR. RENÉ FAVALORO» (2000)

René Gerónimo Favaloro nació en 1923 en una casa humilde del barrio “El Mondongo” de La Plata. A tan sólo una cuadra se levantaba el Hospital Policlínico como presagio de un destino que no se hizo esperar. Con apenas cuatro años de edad, Favaloro comenzó a manifestar su deseo de ser “doctor”.

Quizás la razón se debía a que de vez en cuando pasaba unos días en la casa de su tío médico, con quien tuvo oportunidad de conocer de cerca el trabajo en el consultorio y en las visitas domiciliarias; o quizás simplemente tenía una vocación de servicio, propia de la profesión médica.

Sin embargo, la esencia de su espíritu iba más allá de su vocación y era mucho más profunda: calaba en los valores que le fueron inculcando en su casa y en las instituciones donde estudió. Sobre esa base edificó su existencia.

Cursó la primaria en una modesta escuela de su barrio, donde, con pocos recursos, se fomentaba el aprendizaje a través de la participación, el deber y la disciplina. Después de la escuela, pasaba las tardes en el taller de carpintería de su padre ebanista, quien le enseñó los secretos del oficio. En los veranos se transformaba en un obrero más. Gracias a sus padres -su madre era una habilidosa modista- aprendió a valorar el trabajo y el esfuerzo.

Su abuela materna le transmitió su amor por la tierra y la emoción al ver cuando las semillas comenzaban a dar sus frutos. A ella le dedicaría su tesis del doctorado: “A mi abuela Cesárea, que me enseñó a ver belleza hasta en una pobre rama seca” .

En 1936, después de un riguroso examen, Favaloro entró al Colegio Nacional de La Plata. Allí, docentes como Ezequiel Martínez Estrada y Pedro Henríquez Ureña le infundieron principios sólidos de profunda base humanística. Más allá de los conocimientos que adquirió, incorporó y afianzó ideales como libertad, justicia, ética, respeto, búsqueda de la verdad y participación social, que había que alcanzar con pasión, esfuerzo y sacrificio.

Al finalizar la escuela secundaria ingresó en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de La Plata. En el tercer año comenzó las concurrencias al Hospital Policlínico y con ellas se acrecentó su vocación al tomar contacto por primera vez con los pacientes. Nunca se limitaba a cumplir con lo requerido por el programa, ya que, por las tardes, volvía para ver la evolución de los pacientes y conversar con ellos.

Mientras cursaba las materias correspondientes a su año, se entremezclaba con los alumnos de sexto año de las cátedras de Rodolfo Rossi o Egidio Mazzei, ambos titulares de Clínica Médica. También se escapaba a presenciar las operaciones de los profesores José María Mainetti (ver foto), de quien captó su espíritu renovador, y Federico E. B. Christmann, de quien aprendió la simplificación y estandarización que aplicaría después a la cirugía cardiovascular, quizás la mayor contribución de Favaloro a las operaciones sobre el corazón y los grandes vasos. Sería Christmann quien diría, no sin razón, que para ser un buen cirujano había que ser un buen carpintero.

El hecho fundamental de su preparación profesional fue el practicantado (actual residencia) en el Hospital Policlínico, centro médico de una amplia zona de influencia. Allí se recibían los casos complicados de casi toda la provincia de Buenos Aires. En los dos años en que prácticamente vivió en el Hospital, Favaloro obtuvo un panorama general de todas las patologías y los tratamientos pero, sobre todo, aprendió a respetar a los enfermos, la mayoría de condición humilde. Como no quería desaprovechar la experiencia, con frecuencia permanecía en actividad durante 48 o 72 horas seguidas.

Todo hacía suponer que su futuro estaba allí, en el Hospital Policlínico, siguiendo los pasos de sus maestros. Casualmente, en 1949, apenas recibido, se produjo una vacante para médico auxiliar. Accedió al puesto en carácter interino y a los pocos meses lo llamaron para confirmarlo. Le pidieron que completara una tarjeta con sus datos; pero en el último renglón debía afirmar que aceptaba la doctrina del gobierno. El destino se ensañaba de manera incomprensible. Sus calificaciones eran mérito más que suficiente para obtener el puesto. Sin embargo, ese requisito resultaba humillante para alguien que, como él, había formado parte de movimientos universitarios que luchaban por mantener en nuestro país una línea democrática, de libertad y justicia, razón por la cual incluso había tenido que soportar la cárcel en alguna oportunidad. Poner la firma en esa tarjeta significaba traicionar todos sus principios. Contestó que lo pensaría, pero en realidad sabía con claridad cuál iba a ser la respuesta.

Por ese entonces llegó una carta de un tío de Jacinto Aráuz, un pequeño pueblo de 3.500 habitantes en la zona desértica de La Pampa. Explicaba que el único médico que atendía la población, el doctor Dardo Rachou Vega, estaba enfermo y necesitaba viajar a Buenos Aires para su tratamiento. Le pedía a su sobrino René que lo reemplazara aunque más no fuera por dos o tres meses. La decisión no fue fácil. Pero al final Favaloro llegó a la conclusión de que unos pocos meses transcurren rápidamente y que, mientras tanto, era posible que cambiara la situación política.

Llegó a Jacinto Aráuz en mayo de 1950 y rápidamente trabó amistad con el doctor Rachou. Su enfermedad resultó ser un cáncer de pulmón. Falleció unos meses más tarde. Para ese entonces Favaloro ya se había compenetrado con las alegrías y sufrimientos de esa región apartada, donde la mayoría se dedicaba a las tareas rurales.

La vida de los pobladores era muy dura. Los caminos eran intransitables los días de lluvia; el calor, el viento y la arenisca eran insoportables en verano y el frío de las noches de invierno no perdonaba ni al cuerpo más resistente. Favaloro comenzó a interesarse por cada uno de sus pacientes, en los que procuraba ver su alma. De esa forma pudo llegar a conocer la causa profunda de sus padecimientos.

Al poco tiempo se sumó a la clínica su hermano, Juan José, médico también. Se integró muy pronto a la comunidad por su carácter afable, su gran capacidad de trabajo y dedicación a sus pacientes. Juntos pudieron compartir la labor e intercambiar opiniones sobre los casos más complicados.

Durante los años que ambos permanecieron en Jacinto Aráuz crearon un centro asistencial y elevaron el nivel social y educacional de la región. Sentían casi como una obligación el desafío de paliar la miseria que los rodeaba.

Con la ayuda de los maestros, los representantes de las iglesias, los empleados de comercio y las comadronas, de a poco fueron logrando un cambio de actitud en la comunidad que permitió ir corrigiendo sus conductas. Así, lograron que casi desapareciera la mortalidad infantil de la zona, redujeron las infecciones en los partos y la desnutrición, organizaron un banco de sangre viviente con donantes que estaban disponibles cada vez que los necesitaban y realizaron charlas comunitarias en las que brindaban pautas para el cuidado de la salud.

El centro asistencial creció y cobró notoriedad en la zona. En alguna oportunidad Favaloro reflexionó sobre las razones de ese éxito. Sabía que habían procedido con honestidad y con la convicción de que el acto médico “debe estar rodeado de dignidad, igualdad, piedad cristiana, sacrificio, abnegación y renunciamiento” de acuerdo con la formación profesional y humanística que habían recibido en la Universidad Nacional de La Plata.

Favaloro leía con interés las últimas publicaciones médicas y cada tanto volvía a La Plata para actualizar sus conocimientos. Quedaba impactado con las primeras intervenciones cardiovasculares: era la maravilla de una nueva era. Poco a poco fue renaciendo en él el entusiasmo por la cirugía torácica, a la vez que iba dándole forma a la idea de terminar con su práctica de médico rural y viajar a los Estados Unidos para hacer una especialización. Quería participar de la revolución y no ser un mero observador. En uno de sus viajes a La Plata le manifestó ese deseo al Profesor Mainetti, quien le aconsejó que el lugar indicado era la Cleveland Clinic.

Lo asaltaban miles de interrogantes, entre ellos el de abandonar doce años de medicina rural que tantas satisfacciones le habían dado. Pero pensó que al regresar de Estados Unidos su contribución a la comunidad podría ser aun mayor. Con pocos recursos y un inglés incipiente, se decidió a viajar a Cleveland. Otra vez, el breve tiempo que pensaba permanecer allí terminó siendo una década.

Trabajó primero como residente y luego como miembro del equipo de cirugía, en colaboración con los doctores Donald B. Effler (ver foto), jefe de cirugía cardiovascular, F. Mason Sones, Jr., a cargo del Laboratorio de Cineangiografía y William L. Proudfit (ver foto), jefe del Departamento de Cardiología.

Al principio la mayor parte de su trabajo se relacionaba con la enfermedad valvular y congénita. Pero su búsqueda del saber lo llevó por otros caminos. Todos los días, apenas terminaba su labor en la sala de cirugía, Favaloro pasaba horas y horas revisando cinecoronarioangiografías y estudiando la anatomía de las arterias coronarias y su relación con el músculo cardíaco. El laboratorio de Sones, padre de la arteriografía coronaria, tenía la colección más importante de cineangiografías de los Estados Unidos.

A comienzos de 1967, Favaloro comenzó a pensar en la posibilidad de utilizar la vena safena en la cirugía coronaria. Llevó a la práctica sus ideas por primera vez en mayo de ese año. La estandarización de esta técnica, llamada del bypass o cirugía de revascularización miocárdica, fue el trabajo fundamental de su carrera, lo cual hizo que su prestigio trascendiera los límites de ese país, ya que el procedimiento cambió radicalmente la historia de la enfermedad coronaria. Está detallado en profundidad en su libro Surgical Treatment on Coronary Arteriosclerosis, publicado en 1970 y editado en español con el nombre Tratamiento Quirúrgico de la Arteriosclerosis Coronaria . Hoy en día se realizan entre 600.000 y 700.000 cirugías de ese tipo por año solamente en los Estados Unidos.

Su aporte no fue casual sino el resultado de conocimientos profundos de su especialidad, de horas y horas de investigación y de intensa labor. Favaloro decía que su contribución no era personal sino el resultado de un equipo de trabajo que tenía como primer objetivo el bienestar del paciente.

El profundo amor por su patria hizo que Favaloro decidiera regresar a la Argentina en 1971, con el sueño de desarrollar un centro de excelencia similar al de la Cleveland Clinic, que combinara la atención médica, la investigación y la educación, tal como lo dijo en su carta de renuncia a Effler:

“Una vez más el destino ha puesto sobre mis hombros una tarea difícil. Voy a dedicar el último tercio de mi vida a levantar un Departamento de Cirugía Torácica y Cardiovascular en Buenos Aires. En este momento en particular, las circunstancias indican que soy el único con la posibilidad de hacerlo. Ese Departamento estará dedicado, además de a la asistencia médica, a la educación de posgrado con residentes y fellows, a cursos de posgrado en Buenos Aires y en las ciudades más importantes del país, y a la investigación clínica. Como usted puede ver, seguiremos los principios de la Cleveland Clinic.” (De La Pampa a los Estados Unidos).

Con ese objetivo creó la Fundación Favaloro en 1975 junto con otros colaboradores y afianzó la labor que venía desarrollando desde su regreso al país. Uno de sus mayores orgullos fue el de haber formado más de cuatrocientos cincuenta residentes provenientes de todos los puntos de la Argentina y de América latina. Contribuyó a elevar el nivel de la especialidad en beneficio de los pacientes mediante innumerables cursos, seminarios y congresos organizados por la Fundación, entre los que se destaca Cardiología para el Consultante, que tiene lugar cada dos años.

En 1980 Favaloro creó el Laboratorio de Investigación Básica (ver fotos) -al que financió con dinero propio durante un largo período- que, en ese entonces, dependía del Departamento de Investigación y Docencia de la Fundación Favaloro. Con posterioridad, pasó a ser el Instituto de Investigación en Ciencias Básicas del Instituto Universitario de Ciencias Biomédicas, que, a su vez, dio lugar, en agosto de 1998, a la creación de la Universidad Favaloro. En la actualidad la universidad consta de una Facultad de Ciencias Médicas, donde se cursan dos carreras de grado -medicina (iniciada en 1993) y kinesiología y fisiatría (iniciada en 2000)- y una Facultad de Ingeniería, Ciencias Exactas y Naturales, donde se cursan tres carreras de ingeniería (iniciadas en 1999). Por su parte, la Secretaría de Posgrado desarrolló cursos, maestrías y carreras de especialización.

En la actualidad, la investigación abarca más de treinta campos en los que trabajan profesionales de distintas disciplinas -medicina, biología, veterinaria, matemática, ingeniería, etc.- en colaboración con los centros científicos más importantes de Europa y Estados Unidos. Se publicaron más de ciento cincuenta trabajos en revistas especializadas con arbitraje internacional.

En 1992 se inauguró en Buenos Aires el Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular de la Fundación Favaloro, entidad sin fines de lucro. Con el lema “tecnología de avanzada al servicio del humanismo médico” se brindan servicios altamente especializados en cardiología, cirugía cardiovascular y trasplante cardíaco , pulmonar , cardiopulmonar, hepático, renal y de médula ósea, además de otras áreas. Favaloro concentró allí su tarea, rodeado de un grupo selecto de profesionales.

Como en los tiempos de Jacinto Aráuz, siguió haciendo hincapié en la prevención de enfermedades y enseñando a sus pacientes reglas básicas de higiene que contribuyeran a disminuir las enfermedades y la tasa de mortalidad. Con ese objetivo se desarrollaron en la Fundación Favaloro estudios para la detección de enfermedades, diversidad de programas de prevención, como el curso para dejar de fumar, y se hicieron varias publicaciones para el público en general a través del Centro Editor de la Fundación Favaloro, que funcionó hasta 2000.

Pero Favaloro no se conformó con ayudar a resolver los problemas de esa necesidad básica que es la salud en cada persona en particular sino que también quiso contribuir a curar los males que aquejan a nuestra sociedad en conjunto. Jamás perdió oportunidad de denunciar problemas tales como la desocupación, la desigualdad, la pobreza, el armamentismo, la contaminación, la droga, la violencia, etc. (ver Pensamientos ), convencido de que sólo cuando se conoce y se toma conciencia de un problema es posible subsanarlo o, aun mejor, prevenirlo.

Favaloro fue miembro activo de 26 sociedades, correspondiente de 4, y honorario de 43. Recibió innumerables distinciones internacionales entre las que se destacan: el Premio John Scott 1979, otorgado por la ciudad de Filadelfia, EE.UU; la creación de la Cátedra de Cirugía Cardiovascular “Dr René G. Favaloro” (Universidad de Tel Aviv, Israel, 1980); la distinción de la Fundación Conchita Rábago de Giménez Díaz (Madrid, España, 1982); el premio Maestro de la Medicina Argentina (1986); el premio Distinguished Alumnus Award de la Cleveland Clinic Foundation (1987); The Gairdner Foundation International Award, otorgado por la Gairdner Foundation (Toronto, Canadá, 1987); el Premio René Leriche 1989, otorgado por la Sociedad Internacional de Cirugía; el Gifted Teacher Award, otorgado por el Colegio Americano de Cardiología (1992); el Golden Plate Award de la American Academy of Achievement (1993); el Premio Príncipe Mahidol, otorgado por Su Majestad el Rey de Tailandia (Bangkok, Tailandia, 1999).

Desde siempre sostuvo que todo universitario debe comprometerse con la sociedad de su tiempo y recalcaba: “quisiera ser recordado como docente más que como cirujano” . Por esa razón, dedicó gran parte de su tiempo a la enseñanza, tanto a nivel profesional como popular. Un ejemplo fue su participación en programas educativos para la población, entre los que se destacaba la serie televisiva “Los grandes temas médicos”, y las numerosas conferencias que presentó en la Argentina y en el exterior, sobre temas tan diversos como medicina, educación y la sociedad de nuestros días (ver Galería de Fotos).

Publicó Recuerdos de un médico rural (1980)De La Pampa a los Estados Unidos (1993) y Don Pedro y la Educación(1994) y más de trescientos trabajos de su especialidad. Su pasión por la historia lo llevó a escribir dos libros de investigación y divulgación sobre el general San Martín: ¿Conoce usted a San Martín? (1987) y La Memoria de Guayaquil «(1991).

 

UN DÍA COMO HOY:

1836 – Se inaugura el Arco del Triunfo de París.

1856 – Firma en Asunción de un tratado de amistad y navegación entre Argentina y Paraguay.

1856 – Muere Robert Schumann, compositor alemán.

1890 –  Se firmó la capitulación de los rebeldes de la Revolución del Parque, en el Palacio Miró.

1890 – Muere Vincent Van Gogh, pintor postimpresionista holandés.

1904 – Nace Ricardo Balbín, político argentino.

1907 – El coronel británico Robert Baden-Powell funda la organización de los «boy scouts».

1949 – Se funda el Partido Peronista Femenino, cuya primera presidente fue Eva Perón.

1957 – Muere Ricardo Rojas, escritor y profesor universitario argentino.

1963 – Aparece en Buenos Aires el vespertino «Crónica», fundado por el fotógrafo y periodista Héctor Ricardo García.

1966 – Onganía cierra las universidades y reprime las manifestaciones: la Noche de los Bastones Largos, en la UBA.

1975 – La Organización de los Estados Americanos (OEA) deroga el bloqueo impuesto a Cuba en 1964.

1986 – Los presidentes de Argentina y Brasil, Raúl Alfonsín y José Sarney, firman en Buenos Aires los acuerdos económicos de integración mutua, base para la futura creación del Mercado Común del Sur.

1987 – Margaret Thatcher y Francois Mitterrand firman en París el acuerdo para la construcción de un túnel bajo el Canal de la Mancha, que enlazará Gran Bretaña con Francia en 1993.

1995 – Muere Severino Varela «la boina blanca», futbolista uruguayo, ídolo de Boca Juniors.

2000 – Se suicida el prestigioso cardiocirujano argentino René Favaloro.