LOS CONTACTOS ENTRE SAN MARTÍN Y ESTANISLAO LÓPEZ

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Tras el encuentro de Guayaquil, San Martín regresó a Lima, renunció a su cargo ante el Congreso y de inmediato partió rumbo a Chile, donde permaneció hasta enero de 1823. Luego cruzó los Andes y regresó a su hogar en Mendoza. Pidió autorización al Gobierno para entrar a Buenos Aires, el que le fue negado. Rivadavia, Ministro de Gobierno, siempre había desconfiado de San Martín. Y alegó que sería peligroso que el General viajara a la Capital debido a los desórdenes y guerras civiles.

Rivadavia temía que la captura del General por parte de grupos guerrilleros pudiera traer serias consecuencias políticas. El Libertador se sintió profundamente herido de que no le permitieran ver a su esposa, la que estaba muy enferma, y pensó que el argumento de Rivadavia era una mera excusa. En octubre de ese mismo año, recibió un oficio de Estanislao López, Gobernador de Santa Fe, en el que le hacía un ofrecimiento. El portador era el Capitán Manuel Guevara, que llegaba de Buenos Aires, quien lo puso en propias manos del Libertador. Carta que López le había entregado “bajo las más serias responsabilidades, a un oficial santafesino en la Posta de la Candelaria”.

Al día siguiente, cuando el Coronel Manuel Olazábal fue a visitarlo, el General San Martín tomó la nota de sobre la mesa, y dándosela le pidió la leyera. La indignación de Olazábal fue en aumento a medida que avanzaba en la lectura. López, después de significativas muestras de admiración y respeto, le decía: “Sé de una manera positiva, por mis agentes en Buenos Aires, que a la llegada de V.E. a esa Capital será mandado a juzgar por el Gobierno en un Consejo de Guerra por los oficiales generales, por haber desobedecido a sus órdenes en 1819, haciendo la gloriosa campaña a Chile, no invadir Santa Fe, y la expedición libertadora al Perú”.

Seguía diciendo: “Para evitar este escándalo inaudito y en manifestación de mi gratitud y la del pueblo que presido, por haberse negado V.E. tan patrióticamente a concurrir a derramar sangre de hermanos con los cuerpos del Ejército de Cuyo, siento el honor de asegurar a V.E. que a su sólo aviso lo esperaré con la Provincia en masa en el Desmochado, para llevarlo en triunfo hasta la Plaza de la Victoria. Si V.E. no aceptara esto, fácil me será hacerlo conducir con seguridad por Entre Ríos, hasta Montevideo” .Al devolverle la comunicación, Olazàbal vio el rostro del General completamente demudado, y ya repuesto dijo: “No puedo creer tal proceder en el gran pueblo de Buenos Aires. Iré, pero iré solo, como he cruzado el Pacífico”. Pocos días después, despachó la contestación para López, agradeciéndole su aviso y ofrecimiento, sin aceptarlo. Cuando López estuvo en Rosario, desde el 26 de noviembre hasta el 15 de diciembre de 1823, le reiteró el ofrecimiento al Gran Capitán.

Años más tarde, San Martín escribía a Tomás Guido: “Lòpez en el Rosario me conjuró a que no entrase en la capital argentina; yo creí que era de mi honor el no retroceder y al fin esta arriesgona me salió bien, porque no se metieron con este pobre sacristán”. De ahí que puede deducirse que San Martín y López se hayan entrevistado en Rosario. El 17 de agosto de 1850 fallece San Martín en su residencia de Boulogne Sur-Mer, lejos de su Patria, pero satisfecho con la orientación de la política exterior de Juan Manuel de Rosas. Se alegró de los triunfos exteriores de Rivadavia, pero expresando sus diferencias sobre quien fuera el primer Presidente de la República.

Si su genio militar es indiscutido, es de destacar que esta capacidad emanaba de sus claras y coherentes concepciones doctrinarias. Profundo conocedor de la psicología de los pueblos, se reconocía asimismo como Americano Nacionalista Democrático. No concebía la Independencia como un acto político, sino como un hecho destinado a lograr la liberación de todos los grupos étnicos oprimidos, exhortando a la convivencia en igualdad de derechos. Libertador de los negros en Cuyo, reivindica en los pueblos originarios a sus hermanos, identificándose con ellos, buscando la convalidación popular para legitimar todas sus acciones. Seguramente en su ocaso humano lo preocupaba el futuro de su amada Patria, pero reflexionando con la serenidad y seguridad de que su epopeya no fue en vano.

 

 

Por EVARISTO AGUIRRE.