¿BIENESTAR O AMARGURA?

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En mis años de la infancia y de mi juventud, solía escuchar a mi madre, a mis tías y particularmente a mi abuela materna María hablar de amarguras, de hacerse “mala sangre” y otros comentarios que evocaban los sinsabores de la vida. Se agregaba en el presente un pasado que no tenía mecanismo de borrado: la nostalgia por el hogar del cual emigró: el Piamonte, Italia. Otras cosas  diferentes ocurrían en mi familia paterna. Mi abuela Mercedes era una asturiana de un entusiasmo y un optimismo contagioso; se los transmitió a sus cuatro hijos. Adonde ella llegaba, propagaba ese estado de ánimo que modificaba el “clima” del lugar en el cual se hacía presente. “Cada día es un regalo que me hace Dios”, decía. Vivió 99 años. He hecho un cálculo: multipliqué 99 x 365. Cantaba mientras lavaba la ropa en la tabla de la batea.  Le encantaba lavar y planchar; tía Emilia –su hija- se lo permitía por consejo del médico. Emilia le decía al doctor: “en casa hay lavarropa“. “Déjela, le hace bien, la entretiene y la mantiene activa”, decía el doctor. En el último día de su vida, Mercedes, tendió la ropa, luego se fue a recostar, se sintió cansada. Se durmió apaciblemente. Así había vivido su larga y fructífera vida.  Uno de los aspectos más importantes que he podido comprobar en amigos y pacientes, es que luchan por entender qué deben hacer en la vida, es decir, por encontrar una actividad diaria que tenga sentido, o por cuáles son las amistades, los vínculos que sean significativos para ellos y los caminos para hacerlos posibles.  En cuanto a mí, desde que soy adulto, casi siempre he sabido escuchar mi corazón, mi voz interior, a la hora de resolver un dilema profesional o qué camino seguir en mi vida. Siempre me interesa saber  sobre el modo en que los pacientes llegan a alcanzar la claridad para encontrar el camino propio de sus decisiones y elecciones.  Estoy convencido de que hay señales que nos orientan por donde transitar las soluciones. ¿Cuál es el indicio? Hay dos señales muy claras en nuestro interior que funcionan a modo de percepción,  intuición,  corazonada, o como se la quiera llamar, sobre lo que tenemos que hacer en esta vida: una señal nos recuerda qué es lo que nos produce bienestar o nos hace felices. Mientras que la otra nos recuerda que es lo que más nos disgusta. Pienso que desde lo más profundo de nuestro ser, todos recibimos estos dos tipos de mensaje para poder tomar las decisiones adecuadas. Las crisis cíclicas por las que atravesamos, suelen ser oportunidades para volver a recibir esos mensajes desde nuestro interior y prestarles atención en una situación nueva a resolver. Una madre me consultó previamente a la entrevista vocacional de su hija previa a la inscripción universitaria; me hizo una pregunta existencial: “Si un estudiante le preguntase: “¿Cómo puedo decidir qué hacer con mi vida?”, “¿qué le contestaría?”. Sin vacilar le contesté: “Le diría que se deje llevar por lo que lo hace feliz”. Esa fue mi respuesta. En relación con el test vocacional, es sorprendente cómo el método de Testeo psicoemocional complementado con EMDR-TIC, ubica en la elección adecuada y positiva al joven consultante. Casi siempre en mi vida me he dejado llevar por lo que me hace bien y así he procedido como padre. Intercalo la palabra “casi”, porque en la vida a veces hay cimbronazos. ¿En ese camino prometedor que hemos elegido no habrá dificultades y obstáculos? Sí, los habrá, pero si estamos convencidos de que ése es nuestro camino, encontraremos el modo de superar las adversidades que se nos presentarán. ¿Estoy hablando de dejarse llevar por un capricho pasajero? Lo que quiero decir es que si seguís lo que en el fondo sabés que te hace bien y te recompensa con alegría y fuerza, es indicio de que no te estás equivocando. El indicador tiene éste registro: lo que nos entusiasma y nos carga de energía. Por otra parte, podemos enfrentarnos a las cosas que nos disgustan de dos maneras distintas: podemos dejarnos llevar por la herida, y puede que lo que la ha provocado todavía no ha sido superado, puede ser muy dolorosa. Puede que en algún momento de nuestra vida hayamos sufrido alguna injusticia y que ahora podemos hacer algo positivo a partir de esa experiencia dolorosa. ¿Hasta qué punto esta herida te ha conectado más profundo con tu propia persona y con los demás? ¿Qué estás haciendo o qué podrías hacer para aliviar una herida del pasado ya sea tuya o de otra persona? ¿Te sirve para tener más compasión a vos mismo y hacia los demás? He podido observar que no todos respondemos igual ante una injusticia sufrida o una enfermedad padecida. En nuestra vida el bienestar y el sufrimiento se mezclan; ése es el peaje que pagamos por vivir.  A Rudolf Giuliani, alcalde de la ciudad de Nueva York, se lo tenía por un político duro. Sin embargo, cuando sucedieron los atentados a las Torres Gemelas, lo que conmovió a los neoyorquinos no fue su iniciativa y operatividad, sino su sensibilidad. Giuliani estuvo al lado de la las familias de las víctimas y acompañando sin descanso al enorme y heroico esfuerzo de los rescatistas. Un año después del 11 de Setiembre, la entrevistadora televisiva Oprah Winfrey le preguntó qué fue lo que lo hizo cambiar. Giuliani respondió que no fueron los atentados, sino: “Lo que realmente me llevó a cambiar fue el cáncer de próstata, la enfermedad me ayudó mucho, me hizo crecer mucho como persona, fue un don, me convirtió en un ser más profundo”. Preguntas: ¿Qué es lo que te carga de energía? ¿Qué te hace sentir vivo cuando lo hacéis? ¿En qué lugar y con quién te sentís más feliz? ¿Qué o quién te genera alegría y optimismo? La fuerza está dentro tuyo, está en vos, buscala y encontrala. ¿Ponés el corazón en tu camino? ¿Tu camino tiene corazón?

 

 

Por RAÚL LEANI

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