Muchas veces se utiliza la palabra alimentación y nutrición para hacer referencia a lo mismo, al acto de comer. Vale la pena aclarar que dichas palabras no son sinónimos, mientras que la “alimentación” es el acto de proporcionar alimentos al cuerpo e ingerirlos, la “nutrición” es el conjunto de procesos fisiológicos (digestión, absorción y transportes de nutrientes) por el cual el organismo recibe, transforma y utiliza las sustancias nutritivas contenidas en los alimentos. La nutrición es un proceso involuntario e inconsciente que depende de procesos corporales. En cambio, la alimentación es un proceso voluntario y consciente, y por lo tanto, aprendible y modificable. La calidad de nuestra alimentación está influenciada por factores económicos, socioculturales, biológicos y psicológicos.
Alimentarnos es una necesidad básica, pero, alimentarnos bien es un hábito que se inculca y que se aprende. ¿Y qué es un hábito? Simplemente es una conducta aprendida, una buena costumbre que, a fuerza de repetirla, podemos enseñar y es posible aprender. La creación de hábitos – sea a comer o a lavarnos las manos antes de las comidas o cepillarnos los dientes inmediatamente después – es el pilar donde sustentaremos ese edificio que es la educación de nuestros hijos. Es por ello que la creación de hábitos alimentarios saludables desde temprana edad además de asegurarnos un adecuado aporte de nutrientes, es uno de los factores más importantes para el crecimiento y desarrollo como personas.
Somos lo que comemos. Cierto. Y por eso no viene de más recordar una serie de pautas muy importantes para restaurar la vuelta a la normalidad, nutricionalmente hablando, después del siempre cambiante menú vacacional.
Una alimentación saludable incluye, entre otras consideraciones, realizar varias comidas al día para conseguir que la alimentación sea equilibrada y completa. Un niño que va a la escuela debe realizar las cuatro comidas principales: desayuno, almuerzo, merienda y cena. Y si la jornada es muy extensa o realiza algún deporte se debe tener en cuenta agregar alguna colación. El requerimiento de nutrientes en la etapa escolar es muy elevado.
¡El día comienza con un buen desayuno! El papel del desayuno es, como su nombre indica, romper con el ayuno nocturno. Es la primera comida del día, separada de la anterior por muchas horas. Tras esas horas de ayuno es fundamental proporcionar al organismo la energía y los nutrientes necesarios para hacer frente a todas las actividades que se realizan en esta parte del día. De no ser así, se obliga a recurrir a las reservas, lo cual no es deseable, ya que esta situación favorece la tendencia al “ahorro” y, por tanto, al sobrepeso. Además, está demostrado que las personas que no desayunan, o desayunan poco, tienen un menor rendimiento y una reducción en la capacidad de mantener la atención en las primeras horas de clase. En la edad escolar esta diferencia puede ser fundamental para conseguir aprovechar mejor la labor educativa del colegio, y así aumentar el rendimiento intelectual. El desayuno debería cubrir, al menos, una cuarta parte del total de calorías que deben ser ingeridas a lo largo del día. Para ello no es suficiente tomar un lácteo. Un buen desayuno debe incluir, además del lácteo (leche, yogur o queso magro), algún cereal en forma de panes, galletitas o copos, y alguna fruta de estación. Es muy importante levantarse con tiempo para poder realizar el desayuno de manera tranquila y sin apuros. El desayuno es un hábito que hay que crear, en el caso de que no exista empezar de apoco, con uno o dos alimentos y dejar el grupo que falta para la colación de media mañana. Así, con el tiempo, lo ideal es llegar a un desayuno completo.
El plato del almuerzo y la cena. Las comidas del almuerzo y cena deben aportar además de energía, buenas proteínas, vitaminas y minerales. Por ello es recomendable dividir el plato del niño en tres, la mitad debe estar representada por vegetales y/o frutas que nos aportan vitaminas, minerales y fibra, una cuarta parte por proteínas de buena calidad: carnes magras, huevos y quesos magros, y el cuarto restante por cereales, legumbres o vegetales feculentos que nos aportan energía rápida para continuar nuestro día de manera activa y sin pesadez. Es muy importante beber agua, evitando jugos y gaseosas.
El momento de las comidas no es solo un plato de nutrientes, también es el momento de comunicarnos, de transmitir valores… de dialogar. Durante ese momento evitar distractores (TV, celular, videos juegos, tablets) ayuda a afianzar hábitos y seguridad en el niño.
La merienda. Esta comida muchas veces pasada por alto o realizada con alimentos de poco valor nutricional (snacks, golosinas, galletitas con alto tenor graso, jugos envasados, etc.) es la que nos permite llegar a la cena con ganas de comer pero no de devorarnos la heladera cuando regresamos a casa después de una jornada extensa.
¿Qué podemos tomar como merienda? Frutas frescas de estación, frutas secas (almendras, nueces, etc.), lácteos descremados (leche, yogur, quesos magros), cereales integrales o de grano entero o algo hecho en casa (porción de bizcochuelo, magdalena, por ejemplo). Es muy importante programar en el niño la merienda, más aun si luego del colegio realiza algún deporte.
Por último…
Es primordial el apoyo de la escuela, ya sea enviando información sobre buenos hábitos alimentarios, incluyendo la temática en las materias relacionadas, apoyando al kiosco escolar a ofrecer opciones saludables. De lo que no cabe duda es que, somos nosotros (los adultos) quiénes debemos desde casa marcar las pautas de una alimentación saludable, más allá de lo que decimos, educamos con el ejemplo, el ideal es compartir el momento de las comidas en familia.
Por CECILIA MANCINELLI