CAMILA

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-El señor gobernador  lo atenderá mañana a las cinco de la tarde.

Tres minutos antes de la cita, el secretario lo hizo pasar. La antesala vivía un silencio aplastante. Con la última campanada del reloj el edecán abrió la puerta y el visitante la atravesó sin comunicar su presencia. Caminó lento y seguro hasta plantar sus pies a metros de un escritorio oscuro y misterioso;  detrás, sentado en un sillón que acentuaba su cargo, la persona del gobernador terminaba de escribir una misiva. Levantó la vista como un relámpago de reconocimiento y de inmediato la bajó  a la altura de la firma que acababa de estampar.

-¿De dónde sacó el billete?

-Del tiempo, señor gobernador.

-¡¿De qué tiempo me está hablando!?

-De los muchos años que nos separan.

¡Por qué dice “ 20 Pesos” y están impresas las figuras de Manuelita y la mía?

-Acabo de hablarle del tiempo, señor, creo que eso lo dice todo.

-¡¿No me dice nada, me entendió!? Si no lo aclara mejor, terminará en el calabozo.

-Sí, señor, le hablé del tiempo, de un tiempo que viene de mucho más adelante, de los años  tres mil quinientos. Ese billete es un reconocimiento que el país le hizo casi al final del siglo XX por su acendrado patriotismo, época en la que el gobierno argentino repatrió sus restos y están depositados en el Cementerio de La Recoleta; ¡Alégrese!… Se rompió lo que el poeta escribió:”Ni el polvo de tus huesos, la América tendrá”.

-¡¿Usted está loco!?   Y lo voy hacer meter preso ¿me entendió?

-No se apure señor, usted terminará hablando conmigo porque a ambos nos interesa. Ahora me voy, cuando me necesite mándeme a buscar.

Días después: -Lo invito a comer un asado, en mi casa. Manuelita se alegrará cuando se entere.

-Será un placer. Quiero tomar unos amargos, de esos que su querida hija le suele cebar.

-Será un gusto.

Nada parecía tener sentido. Un gobernador severo, de carácter fuerte, ahora afable, moderado en las expresiones, oidor y de buen juicio que sufriese el dominio impuesto por un ser de apariencias inentendibles  y extrañas.

-¡Sírvase a su gusto, señor… ¿Señor?…

-¡Yratis!

-Nombre raro. ¿De dónde viene usted?

-De tres milenios y medio de esta era.

-¡Ah! Le presento a Manuelita, acaba de llegar.

-Es un gusto. Su figura permanece en el tiempo. Tan hermosa como la estoy viendo ahora.

-Agradecida, señor.

-Entonces…¿empezamos con los amargos?

-De buenas ganas, señor.

-¡Llámeme Juan Manuel! – Nos apura  escucharlo, mi amigo.

-Tomen con calma mi relato. Por los años de donde vengo, todo es distinto; allá atravesamos el tiempo para donde se nos da las ganas, sin tropiezos. Por momentos, escuchar a Demóstenes  decir sus  filípicas, a San Martín ganar la batalla de San Lorenzo  y a usted mismito, convencer a ingleses y franceses para que se retiren de de nuestra patria, es pura realidad.

-¿Y ahora, por qué está entre nosotros?

-Porque en los archivos del planeta no se registran antecedentes de la muerte de dos personas, ocurrida en su gobierno.

-¡Día, mes y año, por favor!

-Por el momento no lo tengo preciso. Debo esperar a que me lo informen. Tardará unos días. Ya hablaremos.

-Señor Juan Manuel, se trata del fusilamiento de Camila O´Gorman Y Uladislao Gutierrez ocurrido el 18 de agosto de 1848. No se registra como verdadero. Puede usted decirme la verdad?

-¿La pura verdad?

“Ninguna persona me aconsejó la ejecución del cura Gutiérrez y Camila O´Gorman, ni persona alguna me habló y escribió en su favor. Por el contrario, todas las personas primeras del Clero me hablaron o escribieron sobre este atrevido crimen y la urgente necesidad de un ejemplar castigo, para prevenir otros escándalos semejantes o parecidos. Yo creí lo mismo. Y siendo mía la responsabilidad, ordené la ejecución”

-Señor Rosas, sabemos de la participación de su hija en disconformidad con el decreto que usted firmó; le debe demasiados favores a Manuelita. Recuerde cuando la usaba en la guerra diplomática que mantenía contra ingleses y franceses.

Mi misión ha finalizado. Todo se constatará a través de las revisiones de hechos reales.

Cuando cruce la puerta de entrada usted retomará su personalidad y carácter.

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– ¿Quién quiere verme?

– El padre de Camila O´Gorman, Señor.

– ¡ Qué pase!