LA MATANZA DE CAÑADA DE GÓMEZ

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El 17 de septiembre de 1861 se produjo el enfrentamiento de los ejércitos de Buenos Aires, comandado por el General Bartolomé Mitre, y el de la Confederación, dirigido por Justo José de Urquiza, en Pavón. Esa misteriosa acción en la que después de un choque violento en que la caballería mitrista fue dispersada y la infantería urquizista destrozada, alejándose Urquiza del campo de batalla sin ser perseguido rumbo a su provincia, quedando Mitre dueño del terreno y de los destinos de la República.

¿Qué papel desempeñó ese extranjero que apareció en un tilbury en el campamento de Urquiza, portador de un mensaje de éste para Mitre? No ha faltado ni el episodio de la carta olvidada de Julio Victorica, que al convencerlo a Urquiza de la traición de Derqui, lo habría paralizado en la acción.

Sin embargo, la explicación parece ser más simple. Urquiza no creía en la causa cuya representación encarnaba por el encadenamiento de los sucesos; estaba moralmente influenciado por el enemigo.

El general Urquiza coronaba su carrera de desaciertos y entregas dejándose derrotar.

El triunfo aparente de Mitre en Pavón, donde quedaba dueño del terreno, no despejó del todo el panorama. Las fuerzas militares de la Confederación permanecían casi intactas con la retirada del grueso del ejército entrerriano y la reconstrucción del ejército del centro, también en retirada hacia el interior. Derqui asumió la dirección de la guerra después de Pavón, trasladándose a Rosario y nombrando Jefe de las fuerzas al General Sáa.

En las manifestaciones del Senado y de la Cámara de Diputados de Paraná,  al clausurar sus sesiones a fines de septiembre, así como el mensaje del Vicepresidente en ejercicio, General Pedernera, se daba como triunfante a las armas nacionales. Hubiera sido posible, sin duda, una reacción victoriosa, de no haber mediado su indulto con Mitre a cambio de su Presidencia y que hallaba resuelto enclaustrarse en su provincia.

El conocimiento de esta actitud de Urquiza provocó el 5 de noviembre la renuncia de Derqui, al mismo tiempo que las fuerzas de Buenos Aires invadían Santa Fe. Esta circunstancia y el estallido de disidencias en los comandos de las fuerzas nacionales,  libradas a la anarquía, precipitaron la disgregación que motivó el 22 de noviembre, en Cañada de Gómez, la nueva y sangrienta derrota de la vanguardia de estas tropas al mando del General Benjamín Virasoro por una columna del ejército de Buenos Aires, mandadas por el General oriental Venancio Flores. Este exilado uruguayo alistado en el ejército porteño, sale al encuentro, con 2000 hombres en la madrugada de ese día, asaltando  por sorpresa al campamento de Virasoro, quien contaba con 1200 hombres, con la orden de ultimar a lanza seca y bayoneta sin usar armas de fuego en el asalto y sólo utilizarse en la persecución a fin de evitar el peligro de herirse entre sí mismos en la confusión.

De esta manera se produjo en esa jornada aciaga produciéndose una horrorosa matanza en un campamento de soldados dormidos, sin tiempo para defenderse, siendo la tropa y oficiales ultimados en su mayor parte. Sucumbió así el último resto de poder de la Confederación Argentina.

Esta lamentable masacre, inútil entre hermanos, fue repudiada por la mayoría de los militares argentinos del ejército de Mitre, que podría atribuirse al ansia de revancha propia de un militar desafortunado como lo fuera el general Flores, a raíz del fracaso de su caballería en la batalla de Pavón.

La “Cañada de Gómez” adquirió una triste celebridad que trascendió hasta designarse Cañada de Gómez a la Estación del Ferrocarril Central Argentino, línea del Rosario a Córdoba, levantada en las inmediaciones donde ocurriera el trágico suceso.