Como ciudadanos, tenemos todo el derecho de pedir e incluso de exigir a nuestros gobernantes que lleven adelante gestiones concretas para mejorar nuestra calidad de vida cotidiana. Tenemos el derecho de reclamar, en el caso de una Ciudad, una buena iluminación, un tránsito ordenado, calles sin baches y con la mayor superficie posible de pavimento o mejorado, una prolija recolección de residuos domiciliarios, desmalezamiento y limpieza, entre otros.
Y las administraciones han de redoblar esfuerzos para logar la consecución de esas inquietudes, ya que quienes nos gobiernan han accedido a ese lugar después de haberse ofrecido para ocupar ese sitio, y después de haberlo hecho gracias al voto de la mayoría de los vecinos.
Lo anterior no admite perjuicio, y es incontrastable.
De todos modos, además de ese derecho que tenemos de pedir, exigir y reclamar a las autoridades una Ciudad cada día mejor, nosotros como tales tenemos también deberes. Obligaciones que nos son inherentes por nuestra condición. Deberes que tenemos que traducir en acciones cotidianas, por ser integrantes de una Comunidad (con el significado colectivo del término), donde no podemos dejar de atender el respeto a los derechos de los demás.
Podemos dar un listado de ejemplos, que podemos comprobar a diario simplemente recorriendo nuestras calles, de conductas que realizamos y que no necesitamos para evitarlas la presencia de alguien que nos diga al oído “eso no se puede”, porque sabemos que así es pero pero de igual modo las llevamos adelante:
El ingreso o salida de alumnos en las Escuelas de la Ciudad, nos muestran el panorama de autos estacionados en doble o hasta triple fila, porque pretendemos estacionar prácticamente en el despacho de la Dirección de Establecimiento y evitar caminar apenas unas cuadras. El arrojar basura displicentemente en canteros y esquinas, como si esos lugares no fueran de todos (un símbolo que debiera ser analizado por un sociólogo es que debajo de los carteles que rezan “Prohibido arrojar basura” se depositan montículos de residuos y bolsas). El pasar semáforos en rojo, hablar por teléfono mientras conducimos y no respetar las ordenanzas de tránsito, todo para lo cual no necesitamos un inspector pegado a nosotros que nos repita las 24 horas lo que no está permitido. El Canal Candelaria, del cual pedimos hasta el cansancio su limpieza, y que después de haberse realizado la obra muestra ahora nuevamente ser utilizado como depósito de basura, bolsas de nylon y…. hasta lavarropas y bordeadoras en desuso…
La lista puede seguir. Estacionar frente a una cochera, impidiendo la salida del auto del vecino. Hacer una fiesta o reunión y elevar los decibeles de la música excediendo lo permitido e incluso excediendo los horarios, no dejando que quien vive cerca no pueda descansar sin importar la hora en que éste deba levantarse para ir a trabajar. Arrojar por la ventanilla de nuestro vehículo papeles o colillas de cigarrillos. Y siguen los etcéteras…
Todos estamos incluidos en estas conductas. El autor de este Editorial se considera alcanzado por las mismas. Muchas veces creemos que una actitud individual aislada no perjudica a nada ni a nadie, cuando es realidad sí lo hace, y mucho más cuando se une a otras acciones propias o ajenas, haciendo a un todo.
Reclamamos, pidamos y exijamos a nuestras autoridades que cumplan con su obligación y nos procuren cada día más una mejor Ciudad. La que merecemos y nos deben. Y también cumplamos nosotros con nuestro deber ciudadano de ser responsables de nuestros actos, dando el ejemplo a nuestros hijos, y aportando desde nuestro lugar de vecinos lo mejor de cada uno para conseguir juntos el mismo objetivo