SI TUVIESE QUE… 

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Si tuviese que nacer otra vez de los mismos padres, y fuesen mis hermanos los mismos, y el sol calentase la tierra durante los mediodías de escuela; si la luna estuviese a la misma distancia de la tierra y la última de las estrellas permaneciese sujeta como clavada en el universo interminable; si nadie se atreviese a hablar de paz: reclamándola,  porque la armonía no se lo permite; si el aroma del café se disparase por las habitaciones durante las mañanas arropadas de invierno; si el perfume de las glicinas  ahogara los razonamientos y la mirada fuese tan clara que pudiésemos alcanzar el cielo con los ojos; si las medias mañanas nos llamaran y el rocío se quedase esperándonos como gotitas atravesadas por la luz sobre los paños frescos de las gramíneas, le negaría al alma su partida,  porqué la quiero aquí: me pertenece. En ella atesoro mis momentos  y no siendo cierto lo que digo, ¿qué quedará de mí, más allá de los pocos huesos disconformes en sus  posturas?  ¿Dónde… en qué universo encajarán mis sueños para que ella los diga y acepten la medida de un tiempo que no les pertenece?¿Sabrán de crepúsculos que abren y cierran las jornadas, en un resplandecer de soles?  y…¿Qué pasará con la frialdad de los cristales y la tímida tibieza del otoño queriendo atravesarlos? 

Son las quince, y el libro de relatos sigue allí: sobre la mesa del living. La luminosidad, distraída, débil, que no piensa en otra cosa que pincelar con  cobre los huecos del ambiente, armonizando  la frialdad del sol con la nostalgia, me pone triste. ¿Por qué, si no hice otra cosa que repasar con la mirada fotografías dormidas en un cuaderno desaparecido? ¡Ya lo sé… molestar  recuerdos con imágenes cansadas, no es lo aconsejable! Sin embargo, las necesito, la enfermedad de los años me lo exige 

¡Qué belleza! – me digo. Y de repente se me hace cierto que las fotos tienen vida. Que respiran, que se alegran de ser vistas como el genio saliendo de la lámpara. ¿Qué haces mujer, tan sola y tan hermosa queriéndote escapar del cuadro que te encierra? ¿Adónde quieres ir? ¿No sabes acaso, que te volverás polvo apenas abandone tu estática presencia? ¡No lo hagas! Te lo pido… te lo ruego. No me dejes de mirar…te necesito. La rosa blanca que te regalé junto con los versos del poeta que la cultivó, la llevas puesta, fresca y firme como cuando la arranqué. 

 

Por ARMANDO CAVALIERI .