EDITORIAL

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No por repetida, deja de ser conmovedora. No por frecuente, deja de sorprendernos. No por reiterada, deja de reconfortarnos como si fuese la primera vez. Ocurre siempre, sin excepción. Aparece sin preguntar y sin que la llamen. Se hace presente sin que nunca esté ausente

En medio de las peores tormentas, de los sismos y de las tempestades, del frío y de las inundaciones, de los derrumbes y de las soledades, de las penas y de los olvidos. En medio incluso de la nada, ella está para redimir tanto desastre consumado.

Asume distintas entidades. Se corporiza en cuerpos diferentes. Puede estar en quien la representa individualmente o en quienes lo hacen en grupo. De tan diversa es unívoca. De tan distintos los que la personifican, ellos mismo se convierten en iguales e idénticos en espíritu.

Está en el joven que se pone las botas y lleva bolsas de arena, en la mujer que clasifica ropas y alimentos, en el chofer del camión que lleva a destino la carga conseguida, en el bombero que tirita en la piel pero se templa en el alma, en el vecino que tiende la mano para ayudar a cruzar ese charco que hasta hace unas horas era una calle  o en la entidad que pide gorros y velas consiguiendo que alguien las lleve sin dubitaciones para que sean trasladadas al sitio señalado, en quien tras escuchar el pedido consiguió como sea lo solicitado, y en la voz en el contestador de una radio poniendo a disposición su vehículo o ofreciéndose a hacer tareas de limpieza cuando la gente pueda volver a sus casas “porque otra cosa no puedo pero sí quiero ayudar…”

Está ahí, tan simple y tan sencilla, como inconmensurable y gigantesca. Anteponiéndose orgullosa, pero con un orgullo limpio y puro, a la desidia de los que tienen que hacer y no hacen, a la mentira del que prometió y no cumplió, a la hipocresía del que apareció sólo porque no le quedaba otra y al oscuro interés del oportunista. A todos ellos, ella les saca la lengua mientras encoge sus hombros con honesta indiferencia hacia los indiferentes, como gritándoles sin hablar “no importa… allá ustedes con sus vidas de tinieblas…aquí está la gente común con su vida de luz”….

Tiene un solo nombre. Pero al mismo tiempo tiene millones de nombres, que encuentran en el silencio de su no pronunciación la bendición de su esencia: Los anónimos, que eligen serlo, porque no pretenden bronces sino simplemente ser en su hacer, porque siendo hacen, porque haciendo son… “Gente que con sólo dar la mano, llega hasta todos los límites del alma… y se queda así, como si nada… Y uno se va de novio con la vida, desterrando una muerte solitaria, porque sabe que a la vuelta de la esquina hay gente que es así, tan necesaria…”.

Ella, con ellos, se eleva, al elevarse se sublimiza, y al sublimizarse se convierte en canto de libertad y en bandera de esperanza para que así sea tomada, así sea sentida y así sea asumida por todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Ella, en ellos, se llama SOLIDARIDAD.

(Dedicado a Melincué y a su gente, a todos quienes padecieron y padecen los efectos de las lluvias, y a todos aquellos que tendieron y tienden su mano para ayudar)