EL SENTIDO DE PERTENENCIA

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Existen lugares y parajes en las zonas rurales donde en alguna época prosperó una población, en la cual la actividad humana desarrollada fue liberando una energía que el tiempo fue condensando. La remanencia le imprimió un halo especial, tan perceptible a los sentidos, como el zumbido del viento cruzando esos actuales campos desolados, en los que sólo perduran algunos aislados árboles señalando como mojones naturales el sitio donde se levantaba una edificación.

Transitar por esos lugares es como ingresar a un tiempo ido, a una dimensión cuajada de vibraciones de humanidad intensas, porque en esos ámbitos materiales desaparecidos se gestó y evolucionó otra vida, que quizás forjó la primera matriz socio-cultural de nuestra identidad.

También los centros urbanos son reservorios de diferentes temporalidades en sitios que el cernidor de la historia fue modificando las estructuras edilicias, convirtiéndolas en una localización que activa la reflexión sobre el pasado. Son espacios que eslabonan sucesos conflictivos, que de alguna manera conmocionan a las generaciones actuales o por el contrario la vinculan afectivamente.

Los hechos, cuando tuvieron una connotación conflictiva, permanecen depositados en el oscuro casillero de la subjetividad. En cambio aquellos sucesos en los que estaba presente la socialización vinculada afectivamente a la comunidad hacen que aflore espontáneamente la emoción, reactivando el recuerdo nostálgico que reafirma el sentido de pertenencia aun cuando ya no queden casi vestigios originales, pero en el que flota la brumosa memoria colectiva, que se va reconstruyendo en función de la conmoción provocada por la confluencia del presente con el pasado.

Esto se produce cuando transitamos nuestra ciudad, redescubriéndola a diario y observando su transformación. Comprobamos con tristeza que sólo van quedando retazos de aquellas antiguas construcciones, con las cuales de alguna manera nos identificamos.

Y la realidad del presente nos muestra la caricatura del pasado: la fachada pintarrajeada con vivos colores, estrenando una renovada cartelera comercial, junto a la placa que señala el edificio histórico con las referencias que expresan “Aquí cantó Carlos Gardel y disertó Jorge Luis Borges, o actuó la compañía de Lola Membrives”.

Su fachada sin mantenimiento hace aflorar vivamente la nostalgia de aquellos inolvidables “bailes perfumados”. Este fuerte sentido de pertenencia hace que se genere una resistencia que se contrapone y trata de impedir la implacable

acción de la demoledora piqueta del progreso desordenado, que irrespetuosamente avanza de la poderosa mano de los intereses inmobiliarios sobre la original planificación del centro histórico de Villa Casilda, considerando la imposibilidad de convivencia entre lo antiguo y lo moderno, desconociendo que todo suma y enriquece al patrimonio arquitectónico de la ciudad sin afectar su ornato, por lo que su preservación no sólo obedece a motivos sentimentales sino también culturales.

 

 

Por EVARISTO AGUIRRE.