«ESCRITO A MANO», por SUSANA TOROSSI

0
735

INFANCIA

Mi nona María venía a buscarme en sulky, los viernes a la tarde para llevarme al campo a pasar el fin de semana. Era para mí un viaje fascinante. El sulky era un carruaje sencillo con asiento de madera para dos o tres, no más, respaldo bajo y dos alerones de metal a los costados que hacían de resguardo contra accidentes, de posa brazos si te cansabas y de guardabarros al atravesar alguna zanja barrosa. Sus enormes ruedas, que superaban mi cabeza, aliviaban al caballo y permitían mayor velocidad de viaje.  Tenía un asiento de madera pelada y dura, sin almohadones. Pero con un cajoncito disimulado por una tapita al ras que se abría con el dedo y guardaba, como un tesoro, una mantita tejida a dos agujas en punto arroz, con los restos de lanas de variados colores, según se iban gastando pulóveres o sacos de la familia.

 Mi nona llegaba a nuestra casa en el sulky después de recorrer los negocios de la ciudad y era una fiesta. Ataba el caballo al árbol de la vereda, bajaba pausadamente y entraba acompañada por nosotros, sus nietos, tres varones y una niña, que salíamos raudos a su encuentro. Ni bien se sentaba en la silla de paja que mi madre le tenía preparada en el patio, bajo la enredadera, nosotros la abordábamos hurgando en los bolsillos de su batón a cuadritos, y nos llenábamos las manos con los caramelos de leche que ella había comprado a propósito.  Tomaba unos mates con mi madre y mi tía Olga y volvía a ponerse de pie porque que no quería que la sorprendiera la noche en el camino.

Yo tenía mi bolsito preparado desde el mediodía, me despedía de mis padres y corría adelante para subir primera al sulky, cuyo caballo, que conocía de memoria la rutina, aguardaba inmóvil, creía yo, cuidando de no mover el carro para no dañarme. Mi abuela subía por el lado de la calle y mientras se sentaba a mi lado, tomaba las riendas y, con enérgica suavidad, sin decir vamos, el caballo partía a paso lento, acompañando nuestra despedida.   Saludábamos con la mano y nos tirábamos besitos, hasta el domingo, vayan con cuidado, tápense, que empieza a refrescar.

 Caía la tarde, marchábamos por la ruta 33 hacia el oeste y un vientito, como de último aliento de sol nos llegaba desde el horizonte ya rosado. Entonces, la nona me tocaba la cara con el dorso de la mano, fa freddo, ¿certo?, me hacía correr un poco, abría el cajoncito, sacaba su tesoro y abrigaba mis piernas, amorosamente, con la mantita de lana.

 

Por SUSANA TOROSSI – Profesora de lengua y literatura/Escritora