«ESCRITO A MANO», por SUSANA TOROSSI

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ESCRITO A MANO

A PROPÓSITO DE LA PRIMAVERA 

En el patio de mi casa hay un enorme naranjo plantado, según cuenta la familia, a principios de siglo, por la bisabuela de mis hijos. Su generosa copa nos regalaba cada estación unas enormes y encendidas naranjas que descascarábamos bajo su sombra en las amarillentas tardes de invierno. Todos los septiembres anticipaba la agridulce cosecha desde su redonda nube blanca y fragante.

Un día aciago para él – los hay también para los árboles- alguien resolvió que estaba demasiado grande, demasiado alto, demasiado árbol y, prepotente, le mutiló las ramas hasta cerca del tronco. Nuestro naranjo se ofendió de muerte, replegó su savia y nunca más brotó.
Inútilmente esperamos por varias temporadas un indicio de vida. Nada. Ni una rama verde. Había enmudecido de color. Opaca, se resquebrajaba su corteza mostrando el grueso tronco dolorido. Un poste resignado, pura madera, estéril y severo. Nadie se atrevió a arrancarlo.

Esta primavera, mientras renovábamos algunas plantas, se nos ocurrió apoyarle dos o tres rosales para que, sirviendo de columna florida se sintiera útil, que ese es, en definitiva, el anhelo supremo de todo ser vivo. Al cabo de unos días, las jóvenes trepadoras lo abrazaron con su desenfado de hojas lustrosas y perfectas, y nosotros nos quedamos más tranquilos.

Una de estas mañanas tibias, daba mi vuelta acostumbrada por el patio que promete verdear como nunca, cuando de pronto, me estremecí de pies a cabeza. Tímida, derechita, una vara súbita, ostentando su único azahar, estrella diurna, anunciaba septiembre desde mi naranjo.

¿Qué habría operado el milagro del rebrote, la proximidad de los rosales nuevos, nuestros deseos y nuestro arrepentimiento, sus ganas de vivir?

Lo cierto es que mi naranjo floreció. Comprendí otra vez, que aun contra la oscura soledad, el invierno cruel, las agresiones alevosas, la vida puede más. Y que, si la herida vuelve en cicatriz, por qué no la cicatriz en brote, y el árbol mutilado, en árbol feliz.

 

Por SUSANA TOROSSI – Profesora de lengua y literatura/Escritora