¿LAS MUJERES ENFERMAN MÁS QUE LOS HOMBRES?

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Una mujer de 49 años consulta por jaquecas crónicas. Me comenta que las sufre desde que tenía 30.    Las jaquecas son activadas por disgustos, estrés, exceso de trabajo, autoexigencias, rigidez,  perfeccionismo. Esta esposa, empleada y madre de dos hijos, me comenta:“Quiero andar bien con todos”, “Soy muy sensible”, “Me mato trabajando”, Me trago las cosas”.  Le explico cómo funcionan las Técnicas de integración cerebral (TIC), para reprocesar uno a uno esos pensamientos negativos. Paulatinamente se relaja,  su jaqueca sede y le surge una creencia positiva: “Hago lo mejor que puedo”. Es necesario aclarar que no se trata de negar la existencia de las enfermedades, pero también, afirmo que encontramos síntomas en la salud. Hay situaciones en que los síntomas aparecen ante situaciones en que la persona se encuentra en un callejón sin salida. Una parte de las personas que sufren fibromialgia, se encuentran en la misma situación.  Siempre habrá que abordar caso por caso. A las mujeres se las piensa con una mayor sensibilidad al malestar, ya que expresan abiertamente sus quejas y sus síntomas. El cuadro somático, en no pocos casos puede encubrir algún conflicto. Una característica de lo psíquico es manifestarse de manera disfrazada en los síntomas. Hay situaciones que  pueden generar angustia, ansiedades, incluso fobias y pánico; también  trastornos corporales o pueden alterarse las relaciones en el ámbito familiar, laboral y social. La mujer consulta más que el hombre, ¿pero esto significa que enferma más? El hombre sufre en silencio, su concepción de la masculinidad le impide generalmente reconocer su sufrimiento, su estado de restricción emocional; éste se basa en no poder hablar cerca de sus propios  sufrimientos ni poder expresarlos. Existe una imagen de “lo masculino” que raramente se somete a una reflexión crítica: Desde la temprana infancia se aprende a ser un “verdadero hombre”: tiene que mostrarse fuerte, seguro de sí mismo, competitivo, ganador. Este modelo masculino incluye prohibiciones: no llorar, no mostrarse débil ni temeroso o inseguro, tampoco fracasar. Mientras que en el caso de las mujeres, el sufrimiento psíquico, el fracaso social, los conflictos en la vida de la pareja o familiar, el desamparo, hacen aparecer a la mujer como un ser frágil sometida a un destino  biológico generando diagnósticos y pronósticos fatalistas. Es evidente que hay etapas claves en la vida de la mujer como es la adolescencia, el embarazo y el climaterio que constituyen momentos de fragilidad psíquica, estados de desamparo en los que debe tomar decisiones, y a veces no encuentra el camino.  Otra problemática  crucial es el tema del cuerpo, que si bien no es exclusividad de las mujeres, son las que más lo manifiestan. Ellas no cesan de expresar que el cuerpo no les va como un guante, que a veces le es ajeno, que no lo pueden dominar. Esto forma parte de una  expectativa muy particular, porque esperan el reconocimiento y el amor del otro. El amor es un anhelo constante en la vida de las mujeres, es necesario para el reaseguro de su autoestima, pero también aparece como un ideal de perfección generando en vivencias de imperfección e inferioridad en donde el sufrimiento puede llegar  ser la única vía de expresión posible. Es notorio cómo una red de pensamientos negativos genera malestares corporales en forma de síntomas. La culpa, el temor a la pérdida de amor y al fracaso disminuyen la autoestima y aumentan la insatisfacción que se manifiesta como desvalorización y acrecienta la distancia entre cómo se ve la mujer y cómo quisiera ser. El cuerpo es el lugar privilegiado del síntoma. Un ejemplo de conflicto donde la necesidad y el deseo se disputan la primacía sintomática, lo encontramos en la bulimia y la anorexia. Las Terapias de Integración Cerebral (TIC), ayudan a recuperar la función que ha sido atascada por el síntoma en cuadros clínicos poco claros como son la depresión post-parto, la crisis de la edad madura, del nido vacío o trastornos menopáusicos. Se trata de reprocesar sentimientos de frustración, de derrota, para instalar el “yo puedo”, pensamiento que cuando se arraiga tiene un impacto poderoso  y así superar creencias debilitantes e incapacitantes. Reitero, no se trata de negar la enfermedad, pero se encuentran síntomas en la salud. Como profesional de la salud, me considero un interlocutor que se siente privilegiado de que la mujer que consulta,  al  transmitirme lo que siente, lo que sufre y padece, me impone objetiva y subjetivamente en ese vínculo clínico la necesidad personal de un esfuerzo y una sensibilidad particular para ayudar a expandir los límites  de la consultante y disminuir al máximo el sufrimiento sintomático.

 

 

Por RAÚL LEANI.