LIBREPENSADORES Y MASONES DE VILLA CASILDA

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El impulso asociativo que caracterizó la etapa de la Confederación Argentina muestra no sólo una multiplicidad de experiencias sino su institucionalización. Es indudable que para el liberalismo este tipo de estrategias resultaba interesante en la generación de valores vinculados con la libertad y con la República. El término liberal es comúnmente aplicado al dirigente político argentino del siglo XIX que favoreció la adopción de ideas, orientaciones y prácticas europeas originadas en la Ilustración del siglo XVIII. Rivadavia y los unitarios Mitre y Sarmiento fueron sus mayores exponentes y alentaron -entre otros proyectos- la inmigración masiva. A diferencia de lo que sucedió en el mundo europeo, el pensamiento liberal criollo se desarrolló primero entre los artesanos extranjeros para implantarse luego en las elites locales; esto respondió en parte a la necesidad de los propios inmigrantes de reproducir prácticas típicas de su país de origen, en un contexto en el que sentían ausencia de vínculos primarios sólidos con la sociedad local.

Las formas de asociación emprendidas por los primeros pobladores de Villa Casilda se fueron conectando a través de diversas organizaciones. Los colonos estuvieron relacionados con el mutualismo entre integrantes de la misma colectividad: la Sociedad Italiana Unione e Benebolenza se fundó en 1875 y la Sociedad Española de Socorros Mutuos, veinte años después. La Colonia Candelaria fue, desde sus comienzos, mayoritariamente católica; aunque no estuvo estrechamente vinculada con la curia por la ascendencia liberal italiana, los grandes conflictos acontecidos entre el papado y la Nueva Italia Unificada, explican el distanciamiento de la curia local y la poca incidencia que ésta tuvo en el manejo público. La impronta de los librepensadores se evidencia en la simbología grabada en medallas conmemorativas (una medalla con la esfinge de Carlos Casado lleva el clásico triángulo masón), en el Escudo de Armas de Casilda, en las placas que identifican a la Biblioteca Ferroviaria y a la Biblioteca Popular Carlos Casado y en el ornato que decora antiguas edificaciones.

La atención constante de la población estaba concentrada en los eslóganes que hacían referencia al trabajo, al progreso y a la libertad; eran tiempos en los que esta última era un mito de cuyos beneficios se esperaba el desarrollo material.

El 29 de septiembre de 1907, Villa Santa Casilda es elevada al rango de ciudad; en ese magno acontecimiento estuvo de manifiesto el espíritu de aquellos librepensadores que asumieron el compromiso de trabajar por el engrandecimiento de la naciente ciudad; ya no estaba la presencia física de la singular figura del fundador de la Colonia Candelaria, empresa en la que evidenció toda su prolijidad, trasmitiendo la confianza a los hombres que lo secundaron, poniendo énfasis no sólo en el trabajo sino también en los aspectos recreativos, culturales y deportivos.

Casilda es heredera de un grandioso proyecto ideado y desarrollado por un portentoso empresario; esto lo erige como una de las figuras más representativas del ideario positivista que enmarcó a los hombres de esa generación que abrieron el derrotero del progreso. Paralelamente, Juan Pescio, fundador del pueblo Nueva Roma, también delineó ostentosos proyectos, con otras concepciones y sin contar con el respaldo y las vinculaciones políticas que sí disponía Casado. La masonería también dispuso de un elevado número de adeptos, muchos de ellos insertos en otras asociaciones, lo que facilitó y proyectó el accionar de sus miembros, quienes imbuidos de un espíritu filantrópico contribuyeron al progreso de la comunidad.

A partir del inicio del siglo XX, con la llegada de los empleados ingleses del Ferrocarril Central Argentino, la sociedad secreta alcanzó su apogeo y Casilda se constituyó en un importante centro de la masonería regional. Este tema es legendario y la polémica sobre esta institución hermética no ha cesado todavía. Condenada por la Iglesia Católica y, muchas veces, por los poderes públicos, vilipendiada o reconocida por otros sectores como una institución librepensadora y tolerante en cuyas listas han figurado intelectuales, científicos, militares y hombres de todas las creencias religiosas e ideologías políticas, la masonería continúa siendo un enigma en la sociedad actual. Las logias simbólicas conforman la base de la masonería, en tanto las asociaciones filantrópicas, culturales y de carácter liberal democrático están orientadas al perfeccionamiento ético de la humanidad a través de la práctica de la tolerancia y opuesta a todo sectarismo político y religioso; son pluralistas y no obran corporativamente.

Tal es el caso de la Sociedad Benéfica fundada por Carlos Casado del Alisal el 18 de junio de 1880, en la ciudad de Rosario, denominada La Hermandad de la Cruz Roja, creada para mitigar los efectos de la sangre y el luto que cubrió a Buenos Aires y afectó muchos hogares argentinos, drama que concluyó con la rendición porteña y la posterior sanción de la ley que declara a Buenos Aires Capital de la República. El 24 de junio de 1881, Casado se dirigió a la titular de la Sociedad de Beneficencia para participar de la Hermandad que presidía al proceder a su liquidación por considerar superadas las circunstancias que la impulsaron a formarla; había decidido donarle la mitad de los muebles existentes en su depósito y el total de sus efectos, que ascendía a tres mil setecientos veinticinco pesos bolivianos, para la construcción de una nueva sala en el Hospital de Caridad (hoy Hospital Provincial). La obra debía efectuarse por licitación pública y no superar la suma ofrecida y, a su finalización, se colocaría una placa con la leyenda El nuevo local se levanta con el aporte de La Hermandad. En un primer momento este ofrecimiento no fue aceptado, pero finalmente se llegó a un acuerdo con la Sociedad de Damas de la Caridad y, en el mes de octubre de 1884, fue inaugurada con un discurso de Domingo Faustino Sarmiento (grado 33 de la masonería), un día antes de su visita a Villa Casilda.

 

Por EVARISTO AGUIRRE