«OBJETOS PERDIDOS», por MARÍA FERNANDA TRÉBOL

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MATE

Uno nunca sabe con la Amalia. A veces ceba mate dulce, otras amargo. La otra vuelta le puso cáscara de naranja. Pero siempre es rico, siempre tiene esa espuma. A ella sola le sale así.

Hoy le puso café y me lo dio dulce. Está bien, porque hay pan de chicharrón y hace frío. Aunque está triste, la Amalia, pobre, todo el día mirando para el lado donde se echaba la Pituca. Y dale con que no quiere otro perro, pero ya va a ver cómo le traigo uno de prepo. ¿Qué me va a decir?

—Hoy llega el Adolfo, llega. Y el elástico de este catre…mirá lo que es.

—¿No era mañana?

—Ya le conseguí changa, en el campo de un gallego. No se si se va a poder traer a la Elisa, porque no hay baño, ahí, pero capaz se arreglan. Dame otro mate, dame, así después termino con este catre.

—Menos mal que ya lavé las sábanas. Pero si se viene la Elisa no sé dónde va a dormir. Ese catre no alcanza, Calu.

—También, venirse así, ni tiempo me dio…

A mi hermano también le gustaban los mates de la Amalia, pero ahora hace tanto que no se ven. La última vez fui yo solo a Entre Ríos. Todavía estaba él de puestero del alemán, pero ahora dice que ya no hay trabajo y se viene, nomás. Es raro, porque la yerra fue larga y el patrón estaba chocho con el Adolfo.

—¿Y la nena? ¿Dónde la van a dejar si se viene también la Elisa?

—Hoy, llega. ¡Si te dije anoche!

La Amalia mucho no sabe. Bah, no sabe nada. Pensé en decirle, pero medio que no me animé, al principio, y hablarle ahora, qué se yo. A lo mejor el Adolfo le dice…

—Me parece que este elástico no va a aguantar.

—Atendeme, Calu, qué van a hacer con la Maricel.

—Pero, bueno, no importa. Capaz ni bien llega se va al campo del gallego y ya duerme allá, duerme.

—Calu…

—Ah, sí, tomá el mate. Y, no sé, al final, si se va a venir la Elisa. Pasame un pedazo del pan que está bueno.

Meses hace que buscan y buscan, y no les han dicho nada. Como si se la hubiera tragado la tierra. Y en realidad no sé por qué no le dije; capaz porque pensé que iba a aparecer. O para que no se aflija más de lo que ya estaba con el asunto de la Pituca. Y el Adolfo, no sé de dónde dice que ahora no hay trabajo. Se me hace que no se viene nomás por eso. Fue muy de golpe que me pidió de venirse…Por ahí le pasaron algún dato. Acá lugares no faltan para buscarla, si yo habré visto chinitas jóvenes ahí en lo del Chimango…

—¿Qué hacés ahí afuera, Amalia?, te va a agarrar pulmonía. ¿Lo ves al Adolfo?

—La extraño, ¿sabés? Me parece que tengo que venir a ver si tiene agua, pobrecita. Me falta algo. No me pasó nunca esto con otros perros. No sé por qué será.

—No te hagás más mala sangre. Vos hiciste lo que pudiste. Estaba grande ya. Viste cómo es con los animales. Vos decís que no querés otro, pero yo te voy a traer uno. El Adolfo me dijo que le busque, por si se va al campo. Un perro, digo, qué le voy a buscar. Y ahí, cuando le busque a él, te voy a traer uno para vos.

—¿Terminaste?

—Si, ya quedó bien el catre.

—No, el mate te digo.

—Ah, sí. Guardalo al pan, así le queda un poco al Adolfo.

—¿Entonces llega hoy, nomás? ¿Y la nena?

—¡Sí, mujer, llega hoy! Ya te dije. ¿No ves que no escuchás? Tomá el mate. Cambiale la yerba, un poco, cambiale.

 

Por MARÍA FERNANDA TRÉBOL – Licenciada en Comunicación Social