Mirando la ventanilla y observando el ocaso en devenir, mientras las gaviotas alzan vuelo para dirigirse hacia quién sabe dónde y durante quién sabe cuánto tiempo, el cielo celeste se entremezcla con su luz naranja constituyendo un atardecer delicioso. Es entonces cuando me pregunto ¿Por qué las personas no nos preguntamos? ¿Por qué damos por hecho sucesos que aún no acontecieron? Deberíamos volver de vez en cuando a esa edad en donde priman los por qué. ¿Será que entre tantas preguntas está la respuesta? ¿Será que no hay respuesta? ¿Será que esas preguntas son la respuesta? ¿O será que ya casi nadie se pregunta porque tienen miedo a equivocarse?
Cada vez que preguntamos nos exponemos en demasía y mostramos que no estamos completos, que en esas preguntas están las faltas, que esas faltas son esas preguntas. Esa completud ilusoria se desvanece cuando aparecen los interrogantes. Entonces ¿preguntamos para completarnos? Intento vano, ya que a quien le preguntamos está tan inmerso en la imcompletud como nosotros mismos, tan lleno de preguntas y tan vacío como el abismo que nos inunda.
Cuando una pregunta invade tu mente es porque ella está atenta a lo que está sucediendo, no hace caso omiso. Escuchala y no hace falta responderla, o más bien, responderte, sólo con brindarle un poco de tu atención ya algo de ella se desvanece y cae, pero cae para hacerse más fuerte y permitirte seguir adelante preguntándote. Cae y en ese yacer, no yace. Esas palabras que la forman y la conforman danzan en tu interior y vuelven en cada recuerdo que se le asemeje. Hasta que no la escuches ella siempre va a retornar, y en esa repetición está su recuerdo y en ese recuerdo está el afecto y en ese afecto está lo vivido. Lo vivido que busca volver a tener vida para no sucumbir en la eternidad. Esa eternidad efímera y escurridiza que no está a la vuelta de la esquina y que espera el encuentro con esas palabras para llenarlas de verdad.
Por ende, si es la completud lo que pretendemos, busquemos esa eternidad. Pero más bien, yo diría que la esquivemos hasta más no poder, para poder vivir un poco más en los por qué.