Pareciera ser que a la hora de hablar y de escribir está todo permitido. Y no es así. Una cosa es la oralidad, donde de alguna manera, el hablante puede tomarse ciertas licencias a juzgar por las características de la misma: provisoriedad e instantaneidad; pero cuando un idioma se escribe, hay que considerar la permanencia y la planificación. Para aprender a hablar no hay que ir a la escuela; para aprender a escribir, sí.
Algunas palabras consideradas antes mal dichas han ingresado al diccionario. ¿Por qué? Las razones están vinculadas con la lengua coloquial, la que empleamos en la cotidianidad de nuestras vidas y como se ha dado un uso tan acendrado y permanente de las mismas, la RAE entiende que eso es motivo suficiente para incorporarlas; además, claro está, las redes sociales y todo lo asociado con la tecnología –especialmente los jóvenes–, implica un cambio cultural que está alterando significativamente la comunicación humana. Ahora bien, quienes hemos aprendido la forma correcta y a quienes se nos ha taladrado la oreja con la normativa y la gramática del español, nos resistimos a eso. Y el hecho de que estén aceptadas no significa, de ninguna manera, que sean correctas. El uso y abuso de estos términos –la mayoría vulgarismos– hace que la Academia los incorpore, en un intento de inclusión –palabra tan empleada en estos tiempos– que, lejos de mantener el espíritu vivo de la lengua española, lo deteriora y lo empobrece.
Almóndiga, asín, bayonesa, toballa, vedera, crocodilo, vagamundo, otubre y setiembre, son, por ejemplo, palabras últimamente incorporadas. Voy a seguir diciendo y escribiendo albóndiga, así, mayonesa, toalla, vereda, cocodrilo, vagabundo, octubre y septiembre, no solamente porque lo aprendí de esa manera, sino porque hay razones gramaticales, normativas y etimológicas que así lo establecen.
También incorporó: palabro (palabra rara o mal dicha), culamen (alusión a la cola o nalgas), descambiar (deshacer un cambio), abracadabrante (muy sorprendente y desconcertante), friqui o friki (extravagante, raro o excéntrico), cederrón (adaptación castellana del término CD-ROM: disco compacto que utiliza rayos láser para almacenar y leer gran cantidad de información en formato digital), papahuevos (papanatas), ño (diminutivo de señor), papichulo (hombre que, por su atractivo físico es objeto de deseo), conflictuar (provocar un conflicto en algo o en alguien), euroescepticismo (refiere a la desconfianza hacia los proyectos políticos de la Unión Europea) y amigovio (persona que mantiene con otra una relación de menor compromiso formal que un noviazgo).
En algunos casos la lengua se vivifica y se renueva con incorporaciones como tuit (mensaje digital que se envía a través de Twitter) y espanglish (modalidad del habla de algunos grupos hispanos de los Estados Unidos en la que se mezclan elementos léxicos y gramaticales del español y del inglés). Es interesante observar el comportamiento de la Academia en los casos de palabras provenientes de otras lenguas –en su gran mayoría del inglés y de la Informática–: adaptan su grafía a la lengua española. Esto es bienvenido sólo en los casos en los que no haya un término equivalente en la propia lengua.
Vale, asimismo, la aclaración de que la RAE acepta estos vocablos, pero sólo de manera provisoria y transitoria, de tal modo que, si las mismas siguen imponiéndose por el uso, quedarán definitivamente registradas, instaladas y tendrán autoridad semántica en las páginas del diccionario.
No todo lo que acepta la RAE es lógico, pertinente, progresista y necesario; los hablantes de la lengua debemos ofrecer resistencia a los despropósitos que se nos quieren imponer arbitrariamente desde una institución lingüística que debería estar más concentrada en hacer que el español siga siendo la lengua simple, rica, económica, compacta y coherente que ha sido siempre.