Imagínense ustedes un mundo en el que no se hubiera descubierto el fuego, en el que no existieran la calefacción ni las aleaciones, en el que no se pudiera trabajar el hierro o el acero. Sería, en fin, sería muy difícil de imaginar. Ahora bien, sigamos con el ejercicio e intentemos pensar un mundo sin la invención de la rueda, sin engranajes, sin poleas, sin ruedas, ¡ni la hora sabríamos!. Tal vez sería más difícil de recrear. De igual manera, el mundo no sería como es si no se hubiera domesticado al caballo. Se dice que los primeros en hacerlo fueron hombres pertenecientes a la primitiva cultura Botai –ubicada hacia el norte de la actual Kazajistán–, cerca del 3500 a.C., hacia fines del Neolítico.
Se cree que eligieron al caballo por el modo de cortar el pasto que tiene este animal y de esta manera, ellos aprovechaban mejor la hierba en tiempos en que la pradera estaba nevada, cuestión casi indispensable por esas épocas y por esos lares. ¿Qué sería de Eurasia si las tribus bárbaras no hubieran conquistado esas regiones? Por citar sólo algunos ejemplos: los hunos dejaron arrasadas y olvidadas culturas enteras, cuando desde la zona del mar Caspio, siempre de a caballo, conquistaron gran parte del mundo conocido; Jenofonte, alumno de Sócrates, en el 440 a.C., escribió la primera manifestación de Arte Ecuestre; tampoco hubiera existido la dominación bizantina cuando Constantino puso en marcha 150 mil hombres montados; los romanos, en su apogeo o en su decadencia, llegaron a extremos de devoción al caballo (Calígula nombró a Incautus, su caballo, senador romano, que se convirtió así, en el primer caballo senador; el papa Urbano II, mientras intentaba unificar a los pueblos cristianos, movilizó un ejército a base de caballería para rescatar las tierras palestinas del imperio turco y las famosas cruzadas que duraron casi tres siglos).
¿Qué sería de la mitología griega sin Pegaso, el caballo alado, o de los Helenos, sin el caballo de Troya, o de Alejandro Magno, sin Bucéfalo, o de Eclipse, para los burreros, el purasangre inglés que por el año 1764 no perdió ni una carrera y del que dicen que fue el que originó esa raza tal como hoy la conocemos?¿Y qué, de la Madre Patria si en el 711 d.C., los Moros no hubieran ocupado por siglos la Península Ibérica?
¿Qué sería de la caballería de Napoleón, ya que hoy, las ciudades de la vieja Europa tienen sus nombres porque el famoso general las bautizaba con el nombre de sus caballos? Y si cuando “descubrieron” América no llegaban a caballo, y los americanos no les temían ya que los tomaron por dioses, ¿cuál sería nuestra historia?. Si Cristóbal Colon no hubiera traído caballos en su segundo viaje no se hubieran multiplicado por las Américas. Y permítanme otra curiosidad histórica: los indios homenajeaban al caballo de Colón, ofreciéndole los mejores manjares. Obviamente, este se murió de hambre. Nunca se les hubiera ocurrido que no comiera faisanes, pollo, o las mejores carnes. ¡Pobre caballo! ¡Sólo quería pasto!
Por su parte, el viejo y querido don Pedro de Mendoza, allá por el 1535, cuando anduvo con caballos por nuestras tierras, dejó la posibilidad de que después de tres o cuatro siglos de una selección natural muy severa y de la adaptación a un medioambiente propicio, se generara la raza criolla por la que nos conocen en el mundo.
En la historia reciente el caballo se usó y se sigue usando como fuente de alimento, en el desarrollo de las comunicaciones y como símbolo religioso vinculado a rituales funerarios; ha sido y es considerado un animal de prestigio. El Zorro, el Llanero solitario, el caballo de Patoruzú y otros reconocidos caballos, marcaron nuestra infancia. Enrique III, según Sakespeare, decía: Voy al carrusel, doy una vuelta a caballo y regreso. Mahoma profesaba que cada grano de cebada que des a tu montura te será recompensado en el cielo. Por esto y por mucho más: Mi reino por un caballo.
Por JULIO «PAMPA» D´AMICO